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El problema de Alicia

El problema de Alicia

“Pero yo no quiero ir entre los locos”, dijo Alicia.
“Oh, no lo puedes evitar”, susurró el gato. “Todos estamos locos aquí.”

Lewis Carroll

 

1.

ALICIA SE MOSTRÓ SILENCIOSA esa tarde. 

Ya basta, Tweedledum, es inútil. Esta niña no tiene la información que buscamos. 

–¿Qué sucede, Alicia? –preguntó el Sombrerero. Su rostro se mostraba indignado porque la jovencita parecía no respetar la hora del té–. ¿A esto has venido a mi mesa? ¿A desfallecer sobre una taza de porcelana como si fueras de porcelana? 

–Calla, Sombrerero –exclamó la liebre–. No molestes a la niña. Los buenos amigos comparten el silencio. 

El otro acomodó su sombrero y cambió su expresión. Parecía hombre de orgullo herido. Levantó su dedo índice y comenzó a vociferar:

–¡Implicando que…! 

–No soy una niña –interrumpió Alicia, que ya había levantado la vista y observaba a sus anfitriones con la mirada fija–. Pero gracias, Haigha. A decir verdad, aún no sé qué hago aquí. Desperté en lo que creí un aljibe de aguas oscuras, que resultó ser esta taza de té a medio beber. ¿Qué hora es? 

Nadie respondió a su pregunta, tan sólo se sorprendieron y Haigha corrió a servir más té caliente para todos. 

Debemos saberlo, Tweedledee. Ella está allí ahora. ¡Lo sé! Y puede decirnos lo que queremos saber. 

–¡Gracias por recordarnos las cinco de la tarde, Alicia! Tu buen amigo Hatta, sin importar lo que diga esta liebre envidiosa –acusó, señalando a Haigha–, está aquí y recuerda todo lo sucedido hasta hace tan sólo segundos. Verás, has venido desde otra sección a este sitio, ocupaste esa silla, y nos dijiste que buscabas una solución, y que no te irías sin la misma. Para obtener una solución debes tener un problema, Alicia, y aún no nos has contado cuál es el tuyo.

–Mi único problema es que siento que en mi mente… –dijo Alicia, que sostenía su cabeza como si sufriera una fuerte jaqueca–. Es como si tuviera alguien hablando allí. Alguien que está aquí por mí, que ve a través de mí y que me lleva… 

–Sabes, Alicia –interrumpió el Sombrerero mientras se ponía de pie–. Algunos simplemente no podemos ver la respuesta ni aunque la tengamos enfrente, porque no sabemos ver más alto que nuestra propia nariz. Y no lo digo por ti, mi querida Alicia, no no, tu amigo Hatta, aquí presente, se refiere a quien esté en este momento en esa agitada cabeza tuya. Verás… tengo… –Hatta bebió un sorbo de té, carraspeó un poco y luego retomó sus dichos–: Tengo un amigo que puede ayudarte con tu problema. Pero me temo que tú deberás ayudarlo, a su vez, con el suyo. 

–¿Qué amigo? –se interesó Alicia, consternada, sosteniendo el cuello de su vestido bajo su mentón.

–¿Ese amigo? –exclamó la liebre, dejando caer sobre su moño azul, sin darse cuenta, algo del té que estaba bebiendo.

–Sí, el mismo. Lo encontrarás en este mismo sitio, Alicia, pero en otra sección… él suele moverse mucho. 

Creo que se irá de allí. ¡Maldición, no te muevas de ahí! 

–De una forma muy particular –añadió Haigha.

–¿Puedes darme más información, Sombrerero? –suplicó la joven.

–Lo siento –se lamentó Hatta–. Tendrás que obtenerla en el mundo real.

–¿Pero cómo voy a…? Alicia no tuvo oportunidad de completar su pregunta. El suelo tembló bajo sus pies y luego todo lo que percibía como real comenzó a difuminarse como una pintura fresca, como si sus ojos volvieran a posarse en ese falso aljibe, en esa ilusoria taza de té. 

Creo que abrió los ojos, Tweedledum. 

 

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