Nuestro relato de los hechos, y un interrogatorio a los culpables de todo
Corrían ya cuatro días de un noviembre con un clima tan vacilante que ya calificaba como imbécil. En especial, ese día en particular, se sentía una estática ominosa en el aire, una especie de nerviosismo cósmico, una fisura en la voluntad del tiempo. Al tacto -y quizás hasta al olfato- la atmósfera pesada y pegajosa enviaba un telegrama encriptado, incapaz de resolverse mediante la lógica. Pero el primigenio instinto animal percibía algo más grande que la promesa de una calamitosa tormenta. De pronto algo me sacó de un cachetazo de mi extraño trance, que a esas alturas tenía una clara tendencia “hippie-darkie”. Era un mensaje de Morton que rezaba: “Nos invitan a realizar un desafío en una sala de escape”.
Entusiasmado por salir del sopor en el que mi carrera había caído, consecuencia de una seguidilla de reviews de juegos olvidables, no dudé en aceptar. Lo primero que pensé para darme confianza, mientras agarraba mi piloto y mi sombrero, fue “Papito… papito jugó Zach McCracken”. Luego, medité unos segundos intentado darme cuenta en qué fallaba mi relato, porque creía estar dando un tono “noir” adecuado, pero la “femme fatale” no aparecía. Sólo Morton y ansiedad. El ourror.
Horas después, el equipo de investigadores Irrompibles se presentaba al lugar de los hechos. Un heterogéneo grupo de detectives, donde cada uno podía aportar distintos grados de pericia fichineril acumulado a través de los años. En ese momento no me quedaba claro cómo podíamos aprovechar el expertise en juegos de autos o carreras de Fer, pero confiaba en él para un escape motorizado si algo salía mal. Y Cufa, con un promedio anual de juego de tres Yakuza por mes, alguna patada tenía que saber aplicar. En el que confiaba ciegamente era en Morton: con esa cantidad de horas en Sonic, nada podía fallar…
Nuestros anfitriones nos recibieron amablemente, mientras nos develaban el nombre del desafío propuesto: Necronomicón. La sola mención me estremeció, mi cuerpo comenzó a temblar mientras mi visión se difuminaba como photoshopeado de Mirtha Legrand. Es sabido, por todo aquel que se ha cruzado con algún indicio de su existencia, que este grimorio contiene sabiduría arcana, locura y muerte.
Acto seguido, la amable guía comenzó una breve introducción, un contexto para el desarrollo del juego, pero yo ya no escuchaba. Lo mismo me pasaba en las clases de Química, aún no tengo idea de cómo la aprobé en los distintos niveles educativos. El dominio de mi mente sobre la carretera de la razón se había perdido desde la mención del execrable libro, la sentía morder la banquina, dispuesta a tomar atajos olvidados de primitivas carreteras perdidas.
Sólo podía pensar en que no está muerto lo que puede yacer eternamente y, con el paso de los extraños eones, incluso la Muerte puede morir. Mientras, como un eco oscuro y siniestro, sentía un murmullo en el fondo de mi cráneo. Una alabanza, una advertencia, un deseo lóbrego e incoherente, sobre una antigua ciudad sumergida, sobre un Ser que yace en ella… ¿muerto? ¿dormido?… no. Esperando.
Sin dudas, si el grupo no se hubiera movido, al día de hoy seguiría allí, inmóvil, atrapado en mi propia mente. Entramos en la sala en cuestión, ambientada de una manera que me recordó viejos relatos sobre otros investigadores que habían mantenido contacto con los Mitos encerrados en el Necronomicón. Media docena de enigmas se hicieron visibles a nuestros ojos. Candados numéricos, de movimiento, alfanuméricos, puzzles mecánicos. El uso de la tecnología para impedir nuestro avance también estaba presente de múltiples formas, desde sensores de posición hasta ópticos. Y todas las pistas estaban allí, listas para ser vulneradas por nuestras ávidas mentes. Era hora de aclararme y ayudar a mis compañeros, el tiempo había comenzado a correr. Debíamos encontrar el libro antes de que los sectarios llegaran para arrebatárnoslo.
Sepan disculpar, pero no hablaré mucho de lo que ocurrió en esa habitación. Puedo decir que todo el grupo sabe que Cufa la manqueó usando un keypad, tipeó con errores y tuvimos que pedir una pista al divino botón. Todos lo sabemos, pero no hablamos de ello.
También les puedo contar que la distribución de tareas fue clave y los enigmas tienen un nivel de producción muy alto. Sólo en una ocasión en toda la aventura, el conocimiento sobre los Mitos permitió saltar un paso. De manera que, si tienen experiencia en ellos, no les resultará fácil, ni mucho menos. El conocimiento solo les brindará más conciencia sobre el peso de su tarea. No hay nada más misericordioso en el mundo que la incapacidad del cerebro humano de correlacionar todos sus contenidos.
Pero, como les decía, no voy a hablar sobre todo lo ocurrido. Por un lado, no podría, porque algo sucedió que cristalizó y fragmentó mi mente, completando las fracciones faltantes con locura y horror. Recuerdo que, de un momento a otro, todo fue oscuridad densa, palpable y con aroma a muerte. No, no a muerte… aroma a morir y no morir, si eso es posible. Y esos ojos… esos ojos rojos, inyectados de odio. Tentáculos húmedos, pringosos, retorciéndose y frotandose con una ira contenida durante eones. Recuerdo que, en esa habitación que ya no era esa habitación, donde la luz había sido emboscada por la tiniebla, morí de miedo y seguí respirando. Recuerdo que quedé atrapado por siempre en esa oscuridad… sin embargo, aquí estoy.
El otro motivo por el cual no les hablaré de lo sucedido, es porque sabemos que los pondrá en riesgo. Hemos recuperado el libro y vienen por nosotros. No le tememos a los hombres, les tememos a los otros. Esos seres donde todo el mal en el universo se concentró en sus magros, hambrientos cuerpos. ¿O había cuerpos? Los vi sólo por un momento, no puedo estar seguro. Hemos cubierto todos los ángulos de esta habitación, semuevenporlosángulos semuevenporlosángulos semuevenporlosángulos, pero se nos está acabando el agua y Cufa quiere jugar Yakuza, ¿o era Yacufa?. Tendremos que salir, en algún momento y allí nos atraparán.
Fer dibuja la cara de Carlitos Balá sobre la puerta, como forma arcana de protección, mientras volantea con un mando de carreras imaginario al grito de “¡Si hubiera sido de Sandokan, esto no pasaba!”. Morton escribe runas o está jugando al sudoku, no lo sé, no puedo asegurarlo desde este rincón oscuro. Una idea me sobresalta: quizás no esté en la habitación y el rincón oscuro sea mi mente. Quizás nunca salí y morí en esa oscuridad. Quizás nunca existí y soy parte de sus sueños irrompibles, un sueño ahogado y creado en las aguas profundas de R’lyeh, atormentando mortales y adormeciendo lectores hasta la muerte, para librarlos del día en que Él regrese, en medio de un torbellino de inteligibles pesadillas primitivas.
En la siguiente página encontrarán un interrogatorio con los culpables de todo lo sucedido…
Gustavo Sobrero, alias El Cenizas, es Secretario de Redacción de [IRROMPIBLES] y fundador de la Iglesia Savathûnista. ¿Tienen dos minutos para que les hable de Savathûn, que es el Camino y la Salvación? Pueden seguirlo en Twitter (@ElCenizasWTF) y en Instagram (@el_cenizas).
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