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Halloween, máscaras y caretas varias

 

Pasó Halloween y ya sobrevivimos al flujo incesante de gente que te dice que si lo festejás sos un autómata como un Charly García recién recuperado de las drogas;  ya sobrevivimos a los comentarios y nos sacamos el gusto de vestirnos como queremos aunque más no sea por dos horas. Porque vamos, ¿quién no se quiso vestir alguna vez de Iron Man? Entonces entre todo el mar de zombies, (tan de moda ese año), enfermeras sexies (los clásicos siempre volverán) y algún que otro dejo de originalidad entre la marea de maquillaje, hormonas y alcohol, vamos caminando en alguna fiesta. O también puede ser que hayamos ido a un concierto de lo más parecido que se puede conseguir al rock en este lugar, con una banda de hits aburridos y viejos que todavía no se quiere separar para así pasar a la historia o al fondo a la derecha y vomitar.
Independientemente, es Viernes, o Sábado y vamos en búsqueda de un amor efímero que nos haga olvidar el pasado o nos haga ilusionar sobre el futuro. ¿Acaso son tan importantes los nombres o las diferencias? Hay gente disfrazada como todos los días y uno va mascullando lentamente un texto que le tiene que dedicar a un ser maravillosamente sensual, más que nada porque a las musas se les hace caso y se las trata acordemente. Entonces pasa por la cabeza escribir acerca del “dicen que dirán que han dicho que se escucha decir” tan en boga estos días mientras evitamos, como podemos, el martirio que es vivir en el otro, en el “no-yo”. Nos ponemos las máscaras y todo sigue normal. Así que, lo más tranquilamente que podemos, caminamos por la calle, cabeza semigacha, mirando al horizonte y calculando cuál es la distancia correcta a la cual tenemos la obligación de saludar a la persona que viene de frente, esa que capaz conocimos a la segunda botella de vodka. Respiramos. Lo hacemos y continuamos con el protocolo de siempre, por el miedo a lo desconocido, o a que un día no Goku no le gane a Freezer. El miedo a que nos reconozcan por la calle por esos errores o por esas acciones que los efectos etílicos hicieron que nos parezcan buena idea. El miedo en sí a un poder que ponemos en el otro, para evitar indirectamente la responsabilidad de vivir con uno mismo, con los fantasmas, o con el conocimiento de lo que somos en realidad. ¿Cuántos de nosotros mostrarían voluntariamente el historial de su explorador de internet?

Entonces, tratemos de sacarnos la máscara que llevamos adentro y evitemos que se pierda la bonita costumbre de sentarse a tomar unos mates y hablar de la vida o de que los signos del zodiaco son sólo doce porque en los caballeros del ídem eran sólo doce las casas que Pegaso y compañía tenían que superar para salvar a la salame de Saori que se metía en más quilombos que viejo verde en fiestita de fetos. Tratemos de hablar con una mano en el corazón y no con la otra en el cuchillo que nos defiende de las otras máscaras. Del miedo. Del no decir que somos. Mientras tanto camino, encuentro amigos por  y de la noche, veo máscaras y temo que en algún momento no se las puedan quitar, pero no importa demasiado, sobre todo si es esa rubia a la que el outfit de colegiala le queda bárbaro, porque al final de cuentas de eso se trata disfrazarse: Inclinarse solemnemente a tus propias consecuencias, a tus propios juegos. Ponerse una máscara para ocultar unas cosas, mientras involuntariamente uno saca a relucir ciertas otras más escondidas. El mar de máscaras y disfraces nos mira, hay como siempre niños que no saben de qué se vistieron, pero este año es LA moda in, habrá gente que siempre se pondrá una máscara a pesar de que no sea Halloween, o fiesta de disfraces de carnaval, y uno entra porque sí a una fiesta de subs-17 y se pone a pensar que ponerle tanta hormona a los pollos va a atentar contra tu libertad porque ir a parar a la cárcel al cuarto vodka no parece tan mal plan.

Así que mientras tratamos de ser un poco más reales, menos caretas, o menos paripé como dicen los cubanos, mientras pensamos en cómo cambiar un poco un mundo que sigue careciendo de coherencia y mientras le rezamos a Goku, Hendrix y todos los santos para que Disney no destroce la franquicia Star Wars, tratemos de pensar en lo siguiente:
1. Hace demasiado tiempo que estamos permitiendo las películas dobladas se reproduzcan indiscriminadamente sin que nosotros hagamos algo al respecto. Ahora Cinecanal tiene de repente no sólo las películas dobladas, sino que ENCIMA tiene cortes comerciales y a uno le entran ganas de cortarse la piel entre medio de los dedos con papel para tratar de sufrir lo suficiente y despertar de la horrible pesadilla que es escuchar “Luke, yo soy tu padre”. Hagamos algo al respecto, porque si nos organizamos…

2. Que las heladerías que no tienen dulce de leche en sus sabores no deberían calificar como tal por meras cuestiones de coherencia con el mundo que estoy tratando de construir.

3. Que es mejor hacer como hizo una amiga el Sábado y tratar de escaparse cuando ves que se te acerca alguien con claras intenciones de molestar un rato, sobre todo si viene tomando demasiado.

4. Que las listas son demasiado paganas, pero al caso vienen al pelo.

 

Una vez que hayamos pensado en todo ello, tratar de no volverse a poner la máscara, y salgamos al mundo tal y como somos, que no quiero esperar un año para volver a ver como se ven ustedes o como me veo yo. Feos y deformes, normales y conformes. Bellos y con ilusiones

 

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