“Dicen que los sueños se vuelven realidad. Olvidaron
mencionar que las pesadillas son sueños también”.
Oscar Wilde
1
–Son las ocho y cuarenta y tres minutos –Dijo la radio– Lamentamos concluir la transmisión de hoy de forma tan calamitosa. Hasta la próxima.
Se despertó exaltado y miró el reloj. “Son las ocho y treinta y tres –pensó–, seguro que era un programa grabado”. Todavía un poco aturdido, se levantó a oscuras y buscó a tientas la pared para guiarse hasta el baño. Encendió la luz pero nada se iluminó. “Qué bien, no tengo electricidad”. Se lavó la cara, volvió a su habitación con dificultad y fue entonces cuando cayó en la cuenta. “¿Cómo es que no amaneció todavía?” Despacio, caminó hacia la ventana y corrió las cortinas con una mano temblorosa. Un resplandor rojo del mismo color que el cielo inundó las paredes. Los edificios, como gigantes enfurecidos, escupían humo, mientras que desde las alturas llovía granizo de fuego. Giró, aterrado, y lo último que vio fueron las agujas.
Las ocho y cuarenta y tres minutos, marcó el reloj.
2
-Disculpa, niño ¿Sabes cómo llego a casa?- preguntó a aquel jovencito que atravesaba silencioso aquel camino-.
El niño lo ignoró completamente. Frustrado y perdido, se decidió a seguirlo de todas maneras. Quizás el mocoso le mostraría una ruta hacia un lugar seguro.
Otros niños se unieron, y él los siguió a todos en forma oculta. Con sigilo, avanzó sobre su rastro, llegando hasta una extraña casa, iluminada pero aun así, despojada de vida. Sintió de pronto un fuerte golpe en la nuca que lo tomó completamente por sorpresa.
Abrió los ojos ¿Cuánto tiempo había pasado? Quiso ponerse de pie, pero no tenía fuerzas para hacerlo. Observó sus piernas, sus brazos: estaba atado a una silla. Descubrió de pronto una textura plástica en sus labios. Un niño se acercó a él, con rostro curioso. No mencionó palabra. Luego vio otro niño, y otro, y una niña. Y otro. Danzaban a su alrededor, en formas constantes pero invisibles.
Las llamas comenzaron a brotar del piso. Extraños sonidos guturales y risas, indistinguibles entre sí, colmaron sus oídos. Quiso gritar, pero era inútil. El olor de su propia carne chamuscada lo llevó, finalmente, a la inconsciencia. Los niños continuaron danzando y sonriendo durante algunos minutos más.
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3
Caminó de forma apresurada, su ansiedad lo aceleraba a cada paso, mientras la arena se le colaba en las zapatillas.
La había conocido ayer, bajo el cálido sol de la tarde. Había sido una atracción casi instantánea, y ahora debía encontrarse con ella, solos, ante la fría brisa de la noche. Y allí la divisó, a unos metros de distancia, parada frente a la orilla observando la resplandeciente y voluminosa luna llena. “Ven”, le gritó sin siquiera mirarlo. Y él se acercó.
Cuando estaba sólo a unos pasos ella sonrió y giró hacía él, permitiendo que el resplandor de la luna la bañara, mostrando una hilera de dientes negros, podridos. Su ojo derecho tenía un extraño tinte azul, mientras que el otro dejaba un hueco repugnante en su ausencia. Su cabeza la conformaba unos pocos mechones de pelos estropeados y la ropa estaba desgarrada, al igual que su piel que parecía desprendérsele. “Ven, ven” le repitió mientras burbujas brotaban de su boca. Acto seguido comenzó a caminar, hacia la luna, adentrándose en el mar.
Cuando se dio cuenta, sus piernas ya estaban en movimiento, siguiéndola. No se preguntó por qué. De su boca también brotaron burbujas.
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4
Pasó el tarro de pimienta a sus manos. Ella y sus manos de niña. Con gran entusiasmo, arrojó la mitad del contenido mientras él observaba en silencio, consternado. Preguntó por los ingredientes secretos, y fue ella quien señaló la puerta del desván. “Tráeme la canela y luego, ayúdame con el ingrediente secreto”. Con prisa se dirigió a la habitación señalada, mientras su piel punzaba a cada momento. Al abrir la puerta, voces familiares gritaron al unísono “ciérrala, todo va hacia atrás”.
No lamentó lo suficiente cruzar con su horrenda figura aquella pista de baile y mezclarse con los exclusivos invitados a esa fiesta. Pudo localizar el frasco de canela a pesar de la pobre iluminación, las luces de colores que invadían el suelo espejado, y el gigantesco cuerpo del DJ que no se dignaba a hacerse un lado para que él pudiera alcanzar la estantería correcta.
Regresó sin remordimiento, y alcanzó a la cocinera aquel frasco de canela. Los niños lo observaban, atónitos, mientras sus cuerpos se derretían lentamente en el interior de aquella olla. Sintió que esa era su venganza de algo que nunca pudo recordar.
“Perfecto, y ahora, el ingrediente secreto”, exclamó ella. No hubo tiempo de defenderse. Con la fuerza de un torbellino, se sintió arrojado al interior de la olla por un severo golpe en su espalda. Inmóvil, sin capacidad de defensa alguna, pronto pasó a formar parte de una exquisita receta.
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5
Una completa oscuridad. Profunda y absoluta, lo envuelve por completo. El universo canta una canción de cuna para él. No puede ver, pero sabe lo que lo espera. ¿Cuántos habrá? ¿Cuántas sonrisas?
El vacío a su alrededor lo hace sentir como si vagara en el espacio. Sin rumbo, sin objetivo. Sólo trasladándose, con rumbo incierto, por los confines de la galaxia.
Una luz se hace presente en el centro de aquel abismo. Con el pasar de los segundos, aquel brillo comienza a extenderse, en forma recta, hacia los lados. Aguarda con ansias la llegada de aquellas manos cariñosas que prometieron cuidarlo. En su lugar, una garra ingresa a través de aquel resquicio. Antes de que pueda defenderse, la garra lo atraviesa de lado a lado. Él sabe de inmediato que acaba de ser vencido en su propio juego, pero está dispuesto a presentarse a su siguiente batalla.
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6
“¿Así está bien?”, escuchó que le preguntaba. “No, un poco más alto”, le contestó.
Miró a su alrededor una y otra vez, como buscando su nerviosismo ausente. Estaba tan sereno que se sorprendió a sí mismo. No lo asustaba lo que estaba por hacer, y eso lo asustó.
“¿Así?”, le volvió a preguntar. “No, todavía no”, le respondió. La habitación estaba en penumbras, pero con la suficiente claridad como para distinguirla.
La silla se tambaleaba, de lado a lado, y el ruido que provocaba se fusionaba de forma casi armoniosa con el de la lluvia sobre la ventana.
“¿Y ahora?”, le consultó por última vez. La silla se alejaba, inmóvil, mientras que sus pies se balanceaban con gracia. “Ahora sí, gracias” le quiso responder a la pared, pero ya no podía hablar. La sombra igual entendió. Soltó la soga y se deslizó por la habitación, hasta fundirse en la oscuridad.
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7
Hay algo en la mirada de esos hombres, que aún no pudo identificar. Parecen conocerlo, pero él no los reconoce de ninguna parte. Se ven como gente normal, pero algo en su postura lo lleva a pensar que no son de aquí. Lleva treinta minutos escalando esa montaña y aún no puede comprender la naturaleza de esos seres curiosos. Grita, pero estos personajes no parecen escucharlo. No puede distinguir con certeza si es que en realidad, han decidido ignorarlo.
A medida que se acerca a la cumbre, se topa con la sensación de que estos curiosos seres se han multiplicado en número. Lentamente, deja de distinguir rasgos faciales en el rostro de estas personas. Al llegar, finalmente, a la cima de la montaña, allí están esperándolo.
Despierta abruptamente en su dormitorio, agitado y un poco incómodo. Libre de esa pesadilla, se dispone a colocarse su calzado, cuando cree distinguir un par de ojos brillantes bajo la cama.
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8
El susurro lo despertó casi al instante. La noche era fría y la habitación estaba sumergida en una inmensa oscuridad invadida sólo por un fino y leve haz de luz proveniente de la calle. ¿Había sido un sueño? Posiblemente, pero de ser así ya se le había borrado de su mente. La comodidad de la frazada ante el gélido ambiente lo frenaba a girarse. Cerró los ojos y volvió a conciliar el sueño. Algo lo tocó en el hombro. Esta vez se volvió desconcertado, sólo para encontrarse de frente con un rostro. La figura, inclinada sobre la cama, lo observaba detenido a unos pocos centímetros de su cara. “Ghast” le murmuró la silueta, y se enderezó, justo antes de olvidarse nuevamente lo que le dijo.
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9
– ¿Quiere escuchar su condena?
No supo hacia dónde dirigir su mirada. Delante de sus narices, un juez de diminuta estatura lo observaba con mirada fulminante, de pie sobre un cajón de cerveza. Podía sentir en su cabello la respiración agitada del resto de las personas en aquel salón, podía oír los murmullos que lo tenían como protagonista. El juez golpeó su gavel con toda la fuerza de su brazo izquierdo. Un sonido chillón, a madera quebrada y algo metálico, invadió el juzgado. Instantes después, silencio total.
-No ha respondido la pregunta.
Quiso ponerse de pie, cuando notó el pesado grillete en sus piernas. Utilizó como apoyo el hombro de su abogado, que parecía abatido y entregado por completo a la sentencia.
-Soy ino…cente, su señoría…- murmuró con todas sus fuerzas-.
-Todos dicen eso- exclamó una voz a sus espaldas-.
Un frío plano atravesó su columna. Fue un golpe seco y experimentado. Sintió el arma que le dio muerte permanecer entre gajos de su carne, por el lapso de un instante.
-Y nunca les creo- susurró su verdugo, risueña-.
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10
Las lágrimas repiqueteaban contra el suelo. Su dolor de cabeza era insoportable, pero no era la causa de su llanto. No sabía porque lloraba, o tal vez sí. Aquella música horrible, perturbadora, siniestra, le perforaba los oídos como un taladro, pero aún así no podía dejar de escucharla. Lo dominaba. Llevaba horas sentado ahí, solo, oyéndola. Estaba muy angustiado, pero una sonrisa se le dibujó mientras tomaba el cuchillo. La sangre repiqueteó contra el suelo.
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11
–Es adorable– exclamó, pero él no le creyó una palabra. Lo había cosido con sus propias manos, para ella. Toda la noche, mientras escuchaba su canción favorita.
–¿No sientes a menudo que tan sólo quieres echarte a correr?- dijo ella, mientras lo tomaba de la mano.
Antes de que él pudiera responder, ya habían alcanzado los 2 kilómetros por hora. El viento golpeaba en su rostro, el brillo del sol bañaba sus mejillas. La agradable sensación duró un tiempo, pero una vez alcanzados los 20 kilómetros por hora, todo lo que él quería era detenerse.
–¿Por qué no hacemos una pequeña parada técnica? – preguntó. Ella volteó a observarlo.
-Sólo piensa en los buenos tiempos- respondió, y luego dejó de mirarlo.
Comenzó a sentirse realmente mareado, pero la marcha no frenaba por nada del mundo. Sesenta, ochenta, cien. Un repentino trueno fue la antesala de una lluvia copiosa.
–No pienses en la lluvia, ¡Alcancemos el sol!- gritó ella, antes de que él pudiera emitir palabra.
De pronto, pudo contemplar como el camino se desdibujaba frente a él… las calles ya no eran calles, los árboles se fundían con el color del cielo. Parecía estar alcanzando el fin de la existencia. Doscientos, doscientos cincuenta, trescientos.
–¡QUIERO FRENAR!- gritó-.
Pero ya era tarde. Mientras su cuerpo se desmaterializaba, pudo verla perdida, obnubilada, repitiendo unos murmullos indescifrables. Lo último que pudo observar, antes de que sus ojos dejaran de existir, fueron los hilos desgarbados de su obsequio, rodeándolo. Y en sus oídos, su canción favorita, como un lamento.
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12
Pensó que un paseo por la ciudad despejaría su mente por un rato, olvidaría sus problemas. La tarde estaba calurosa. A pesar de esto se percató, una vez en la calle, de que todos los peatones marchaban abrigados, con pulóveres, gorras de lana y bufanda. Sorprendido, se puso las manos en los bolsillos y caminó en línea recta hasta pasar por una tienda de revistas, a la que dirigió su mirada. Con terror, observó que un mismo sujeto estaba en la portada de todas las revistas. Su fotografía recorría los periódicos, los suplementos de cocina, los fascículos de enciclopedias, los comics. Directo desde las sombras, el vendedor exclamó: “Hoy es tu día de suerte, atrapa uno. Ya no eres joven”. Apenas terminadas estas palabras, un gran objeto ovalado que no pudo distinguir golpeó con fuerza la tienda, destruyéndola en pedazos. Bajo los escombros, permanecía asombrado, inmóvil, sin saber qué hacer. Comenzó a pedir ayuda, pero la gente lo ignoraba. Miró su pierna, estaba rota, fuera de lugar. Continuó gritando, intentando zafarse con todas sus fuerzas, cuando el rostro del vendedor apareció frente a él, con una escopeta en sus manos. Con rostro de decepción, exclamó, mientras le apuntaba: “Ya no eres joven, aquí se acaba tu sufrimiento”.
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13
El vagón oscilaba con fuerza, pero aún así se mantenía de pie. Se acercó a un hombre con un reloj, situado junto a la puerta y le preguntó la hora.
–Sólo pasó un minuto –le contestó.
–¿Un minuto de qué?
–¡Desde la última vez que me preguntó!
Asintió y se alejó tambaleando hacia los asientos, confundido. La mujer que estaba sentada a su lado lo miraba, sonriente. Sus ojos cambiaban de color a medida que las luces del túnel giraban sobre sí mismas.
–¿Ya encontró la forma? –Quiso saber ella.
–¿La forma de qué? ¿La conozco?
La mujer soltó una fuerte carcajada antes de inclinarse sobre sus rodillas y vomitar sus pensamientos. Las figuras se movían con rapidez, pero él cabalgaba más rápido.
Incluso con el viento en su contra no podían alcanzarlo, se movía hacia un costado, y luego hacia el otro, ágil, esquivando todo intento de impacto. Se alejó, orgulloso de sí mismo, hasta que el hombre del reloj pasó volando por delante, señalando con el índice las agujas.
Cruzó hasta el último vagón pero estaba vacío. Rendido, dio media vuelta cuando dos hombres de negro se interpusieron en su camino.
–Venga con nosotros.
–¿Adónde?
–No importa dónde. No lo va a recordar.
UNBREAKAB13S
Puzzle correspondiente a Revista [i] Número 13. Para resolverlo es imprescindible tener la revista, usar Google y ejercitar el pensamiento lateral y la lógica. La respuesta correcta al puzzle es el código en pausa. Envíen su respuesta a revista@irrompibles.com.ar hasta el 1° de julio de 2013. Los que aciertan eligen premio hasta que se agoten.
Los premios de este puzzle
1. Reversion: The Meeting (PC)
2. The Cave (Xbox LIVE Arcade).
3. Una suscripción por tres números a [i].
Sólo aceptaremos tres intentos de respuesta por irrompible. ¡El primero que acierte elige cuál premio quiere! El concurso es válido en todo el territorio de la República Argentina y el envío corre por cuenta de los ganadores. In Position!