En el ir y venir de emociones, descensos en el Mudomental, llamadas perdidas de número privado y autofotos en el baño de minitas necesitadas de atención (por no decir otra cosa que pueda ser censurada), es bueno recordar que la vida tiene un poco de ese realismo mágico que poco tiene que ver con los realities shows y tiene más que ver con el olor a café, a pasto mojado o con que el random del reproductor te ponga una canción que se ajuste como guante al momento que estás viviendo en ese momento. Es esa magia del día a día. Porque claro, uno va y se olvida quizás que hay héroes y villanos más allá de los Bane y Guasones, o los Iron Mans o Supermans (la peli se estrena dentro de nada) y no-sé-qué-man que ya son parte de nuestra imaginación: nos olvidamos de esos que nos rodean todas las tardes, todos los días, en cada esquina, en cada mensaje de texto.
Nos olvidamos, por ejemplo, del pequeño villano de la ventanilla 3 de tu institución gubernamental favorita, que te mira a través del frío vidrio de la jaula que lo separa de la humanidad y te dice con un placer sadomasoquista, que no, que te olvidaste del sello de la ventanilla 26, que tenés que pasar por la oficina de verificaciones número 44 en el piso 13, pabellón B para validar las firmas, y que de ahí tenés que comprar el valorado D-45 en la oficina 14 que queda en la otra sede -que obviamente queda en la otra punta de la ciudad-, para poder recién pasar por la ventanilla 4 donde habita un similar villano malévolo que te hará dar más vueltas que un pollo al spiedo para poder, algún día, terminar ese bendito papel que estás tratando de hacer 4 meses y dos sueldos atrás.
Nos olvidamos del héroe anónimo de la noche, que abnegadamente decide que él va a coquetear un rato con la infaltable amiga gorda del grupo de minitas al cual le están haciendo el entre, que con su animal print como acorde disfraz de villana, amenaza con arruinarles la noche con su cara de “A mí no me da bola nadie” y un “Ya es hora de irnos no?” lapidario que los dejará a todos en situación precaria, sobre todo porque ya son casi las cuatro de la mañana y ya gastaron todas las rupias en esa última jarra de fernet cuyo último vaso se llevó la villana del animal print. Un aplauso para ese héroe que se sacrifica por el bien del pueblo.
Tampoco hay que olvidarse de los colectiveros, esa raza tan particular a la que temen Lex Luthor, Mojo Jojo, el Emperador de Star Wars y demases, debido a la capacidad de maldad y falta de respeto a las leyes de tránsito y de convivencia humana en general, a las cuales pisotean sin ninguno tipo de remordimiento, cual cantante de cumbia cantando hotel California.
Está también el policía buena onda que entiende que es sólo humo y que nadie va a salir lastimado, está el de la fotocopiadora que no te da el cambio con caramelos y está también la doñita que te fía siempre. Esos pequeños héroes…
Está también el fernet Capri y su inseparable secuaz que dice: “No tenemos más Coca… Le metemos tapitas?”, el desgraciado que le recuerda al jefe/profesor/figura de autoridad la entrega de un trabajo que hubiese olvidado de no ser por este ser de luz tan precioso cuya existencia queremos acabar porque está gastando energía al dope.
Los hay de unos, los hay de otros. En el fondo todos somos un poco de los dos: héroes y villanos de lo cotidiano, pequeños personajes principales de lo mundano. Lo importante es saber dosificarlos un poco. Y agregarle una medida de vodka, obviamente.