Uno de carreritas para micos seniles
LA PARCA ACECHA. No hay tiempo que perder. Tenemos que escapar. Pero las piernas no me responden. Por primera vez tomo conciencia de mi senilidad, de nuestra senilidad.
La redacción de [IRROMPIBLES] se divide claramente en dos grupos: los de la edad de la PlayStation y los de la era del Atari. A este último pertenecen: Dan, Moki, Rolo, Peter, Pablitus y quien suscribe estas líneas. Toda una inversión en pañales para adultos. Ahí tienen, ya saben en qué destinamos o destinábamos los pocos pesos que dejan o dejaban en el puesto de diarios, cada vez que adquieren o adquirían nuestra revista.
Les decía que la muerte andaba rondando. Vino en busca de nuestro número de despedida —el de la oscura portada de Batman: Arkham Knight—, se emocionó y quiso llevarse a todos los vejetes juntos —para ahorrarse los viajes—. Claro que no contaba con la lucidez de un Dan inspirado y libre aún de los achaques del alemán. El gran jefe mico le propuso competir en una serie de carreritas por el barrio de la editorial con el fin de prolongar lo inevitable y quizá esquivar un final, que se nos antojaba todavía, con proyectos pendientes bajo las muletas.
Moki y Rolo exaltados, increparon a Durgan al grito de: “¿Cómo que una carrerita? ¡Los verdaderos Irrompibles se baten en el campo de batalla!”. Peter, por su parte argumentó: “Querrán decir, en una partida de ajedrez, o en todo caso, en un RTS. Yo, de autos, ni jota”. “Calma muchachos”, terció Dan, siempre conciliador, “si por mí fuera, la hubiera desafiado en un clásico juego de mesa. Pero no nos olvidemos de quién se trata. Ya tuvo muchas otras veces este tipo de propuestas y no falló. En cambio, ¿una competición de velocidad? Esa sí que no se la esperaba, me pareció que aceptó a regañadientes. Además lo tenemos a Shinji. ¿No?”. En ese momento todos me miraron.
Se hizo un silencio. Incómodo para mí. De abatimiento para ellos. Esperaban una respuesta. “S-sí”, respondí, “n-no, bueno, s-sí, ¿en qué vamos a correr, Dan? Tengo las piernas entumecidas, la vista cansada y los brazos…”. “Miren, acá les paso unos folletos de scooters, recién los dejaron en la puerta, pueden servir, ¿no?”, insistió Durgan, intentando levantarnos un poco los ánimos.
Era demasiada la casualidad y, para mi sorpresa, no se trataba de esas motitos que andan atropellando todo a su paso por la ciudad, sino de pequeños vehículos especiales de cuatro ruedas para personas con movilidad reducida. “¡Justo lo que necesitamos!”, pensé en ese momento. Nunca había manejado uno de esos cacharros. ¿Sería este mi retiro definitivo? ¿El último bólido que tendría la suerte de conducir? Era como tocar el cielo con las manos, aunque eso era lo que queríamos evitar. [N.de R.: Muhahahaha.]
“Podríamos hacerlo más interesante”, acotó Pablitus. Entonces las miradas me soltaron y lo asediaron a él. “Te escuchamos”, dijo Moki arrastrando cada sílaba, entrecerrando los ojos y frotándose las manos como quien saborea una victoria inminente. Pablo terminó la frase: “…agregándole armas a los scooters”. A lo que Pedro sugirió sarcásticamente, “dale, ¿y por qué no usamos también nuestros bastones como báculos de poder?”. “¡Excelente Peter! Sos un groso”, gritó Rolo que miró de soslayo a Moki, vaya uno a saber por qué.
Todo estaba arreglado. Éramos seis micos achacosos en carretillas eléctricas modificadas y armados de palos a punto de convertirnos en megafósiles. La Señora intentaba esconder su sonrisa dentro de la capucha. Algo me decía que ya la había visto antes. A la señal convenida, largamos. Pablitus tomó la punta —seguro había potenciado aún más su rodado—. Pedro, empezó a dar saltos para no perder terreno en la aceleración y se le puso a la zaga. Yo los seguía, aunque distraído mirando lo que pasaba atrás: Moki y Rolo estaban meta bastonazos el uno al otro. Ni siquiera habían acelerado. Durgan tampoco: se había puesto a charlar con la huesuda, creyendo que así podría distraerla y darnos ventaja. Siempre sacrificándose por la manada —o monada, como prefieran—.
Ella demostró no tener paciencia. En un abrir y cerrar de ojos la mítica cabeza del jefe volaba, seccionada por la guadaña. [N. de Ed.: ¡Ourror!] La sonrisa tiesa. Rolo, que estaba al lado, alcanzó a esquivar el golpe, o mejor dicho, lo amortiguó con el pecho de Moki, que cayó de costado dejando un charco rojo y otro marrón. Los pañales se habían desgarrado. Entonces el scooter de Rolo se movió y tomó distancia, aprovechando que el vehículo de la Maldita resbalaba en los fluidos escatológicos. Abrumado, intenté concentrarme en la carrera.
Pude alcanzar a Peter —que seguía saltando— y esquivar su bastón, que sacudía parkinsonianamente. Mi objetivo era claro: alcanzar la punta que Pablo ostentaba con alevosía. Le lancé un par de misiles, pero no dieron en el blanco. Las vueltas pasaban. Por las dudas, solté una lata de aceite. Pedro la esquivó. No así Rolo, que resbaló y se estrelló contra un cartel de parripollos. Activé las turbinas y logré cruzar la meta en primer lugar, justo delante de Pablitus. La parca llegó en el tercer puesto. No hubo un cuarto.
“¡Te ganamos, maldita!”, se envalentonó mi único compañero con vida. Esas fueron sus últimas palabras. Estaba limpiando mi cuello cuando finalmente Ella mostró su rostro. Me corrijo: era Él. “¿Qué hacés acá? Te busqué por todos lados”, me expresé más aliviado. “Vine a liberarte de este yugo”, respondió con voz espectral. Reí y me dirigió una mirada asesina. “¿Liberarme de qué? ¿En qué andás? Si querías una revista, ¿por qué no me la pediste y listo?”, pregunté azorado. “De estos atorrantes. Es una advertencia”, continuó en el mismo tono. “¿Advertencia? Si los liquidaste a todos”, “Están dormidos… eternamente”, dijo y mostró unos pocos dientes amarillos. “Los gamers no mueren”, solté a quemarropa, “dale Marcos, dejate de joder y deshacé todo este berenjenal. Quiero que todo vuelva a ser como antes”. “No se puede”, susurró y desapareció sin más.
Cierto es que sobreviví, sí, pero a qué precio. Lo que alguna vez fue, ya no es, ni lo será. No tengo fuerzas suficientes, estoy quemado. Este relato —¿el último?— es un grito desesperado a la joven micada. A los de la generación de Xboxes y celulares inteligentes, para que tomen la posta del periodismo fichinístico, con honor y entrega. Aprendiendo de nuestros errores y superando nuestros aciertos. No dejen que caigamos en el olvido. Sean nuestro respawn. [i]
Epílogo: Coffin Dodgers paragraph review
Perdón, esta nota se suponía un review de Coffin Dodgers. Un par de líneas al respecto no estarían de más. Entretenido fichín que acaba de salir de Acceso Anticipado en Steam, en el que debemos salvar a uno de los 7 ancianos a lo largo de 13 carreras contra la muerte —y sus vecinos—. Contamos con vehículos para personas con movilidad reducida personalizables y con potenciadores —ametralladoras, misiles, aceite, escudo y turbo— y sus propios bastones. A medida que avanzamos en la historia, nuestros difuntos vecinos vuelven a darnos caza en forma de zombis.
DESARROLLADO Y DISTRIBUIDO POR: Milky Tea Studios
GÉNERO: Carreras en la tercera edad
DISPONIBLE EN: Windows, Mac, Linux
QUÉ ONDA: Coffin Dodgers es otro de carreras con potenciadores, pero con viejitos en carritos motorizados.
LO BUENO: Fácil de dominar. Dosis justa de humor. Opciones de multijugador en línea y en pantalla dividida con hasta 4 jugadores.
LO MALO: Los gráficos de Coffin Dodgers podrían estar un poco mejor. Poco más de una docena de circuitos. Falta de variedad en power-ups.
El análisis de Coffin Dodgers fue realizado a través de un código de PC provisto por Milky Tea Studios.
Fernando Coun, alias Shinjikum, es un viejo prócer del fichín que comenzó a colaborar con el equipo original de [i] allá por los tiempos de la gloriosa XTREME PC (en el siglo pasado). Es un gran fan de los juegos de carreras y las aventuras gráficas, y actualmente está traduciendo Sandokan de Emilio Salgari, por el placer nomás.
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