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El viaje del Brujo

Partió en dirección Sur al alba, bajo unos nubarrones que avecinaban tormenta. Cuando las nubes parecían consumirlo todo, apretó el paso, pero al descender por las Montañas Amell, aquella cordillera de donde los elfos tomaban el mármol para realizar sus fantásticas esculturas, descubrió un cielo limpio y azul. Cualquier rastro de que del otro lado rugía una tormenta, no era más que un rumor. Así el brujo continuó su descenso, con augurios de mejor fortuna.

A medida que el río Sansretour empezó a mostrar su reflejo en la ladera, se reveló ante él en todo su esplendor, Beauclair, la Capital del ducado de Toussaint, con su magnífico castillo elvico, rediseñado por Piotr Faramond, y su vibrante foliaje. Habían pasado años desde la última vez que el Brujo había pisado el pequeño ducado Nilfgaardiano, pero por lo que podía apreciar, no había cambiado un ápice desde su última visita. El aire tenía otra textura en esa parte del mundo, más liviano y sin tanta carga negativa de pérdida y dolor. En medio de la guerra, la pestilencia de la muerte había impregnado el suelo de los Reinos del Norte, pero en el Sur, se respiraba algo puro.

El contraste era fuerte. Pasó los últimos años en tierras tan infestadas de muerte al punto que hasta la vegetación comenzó a sufrir el mismo destino. Pero en Toussaint, su vegetación florecía con vivaces colores y el firmamento era un lienzo azul claro donde las nubes dibujaban las más peculiares formas. Y su gente acompañaba toda esa energía, brindandose de lleno a todos los placeres que ofrece la vida. Y con todo esto manteniendose tal como era años atrás, Geralt podía deducir que si se vieron forzados a acudir a un brujo, el cielo no era tan azul y limpio como parecía a primera vista.

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