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Irrompibles vs. Hidden & Dangerous

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SALVANDO AL MUNDO DE LA AMENAZA NAZI

Después de un terrible día de trabajo, llego a casa y abro la heladera. Tengo que comer a la velocidad de la luz. A las 11 me encuentro en la net con mis amigos. Hoy mi teléfono va a dar ocupado durante dos horas como mínimo. Rolo y yo somos veteranos de guerra, llevamos mucho tiempo jugando Hidden & Dangerous por TCP/IP y lo que van a leer a continuación son algunas de nuestras experiencias cuando, noche a noche, nos reunimos en Internet a formar parte de la elite de “Fight for Freedom” (Devil´s Bridge, en USA).

Hidden & Dangerous. Con la llegada del paquete de expansión, cuya versión 1.3 aparentaba ser mucho más estable, el pelotón volvería a unirse. Pero nuestra empresa no sería fácil… nosotros no disponemos de una LAN. Igual ese problema no sería capaz de detener nuestra ansiedad por salvar al mundo. Tanto Rolo como yo éramos soldados experimentados y nuestros movimientos parte de una precisa maquinaria de guerra.

Los chicos solo quieren divertirse.

11 de la noche, la hora fijada para nuestro ansiado encuentro. Mi celular sonó, y se oyó la vocecita de Rolo: ¡In Position! Eso tenía un significado: estaba listo en Internet para balear alemanes.
Hidden & Dangerous es un juego plagado de bugs, pero tiene una gran ventaja… ¡en Internet no hay lag! Solo se necesitan dos cosas: nervios de acero y el número de IP de quien organiza la partida, que puede obtenerse ejecutando la utilidad WINIPCFG que se encuentra en la carpeta de Windows para darla a conocer a los integrantes del pelotón, por ejemplo, vía ICQ. Ojo, que el IP suele cambiar cada vez que el modem se conecta a Internet, por lo que hay que chequearlo cada vez. Podemos conectarnos modem a modem para partidas de a dos, pero por Internet es la opción más interesante ya que permite hasta 4 jugadores al mismo tiempo.

El pelón del pelotón.

La misión parecía simple. Tomar unas instalaciones enemigas protegidas por guardias; hecho, aguantar en la posición hasta el arribo de tropas aliadas. El problema es que habría que soportar un bombardeo de morteros y la posible presencia de tanques enemigos.
Rolo conduce el jeep y yo soy el artillero. Al llegar a una distancia prudencial, mi compañero frena y baja a la carrera para cubrirse. Desgraciadamente, el vehículo no se ha detenido por completo y no puedo bajar. El jeep continúa su loca carrera haciéndome pasar muy cerca de nuestro objetivo. Ajusto mi ametralladora y me preparo para lo peor. Entonces veo a Rolo corriendo detrás del desbocado vehículo, en un desesperado intento por detenerlo. Al tratar de subirse, es aplastado por las ruedas mientras yo, distraído, termino presa fácil de la metralla enemiga.
Volvemos a intentarlo de la misma manera pero, esta vez, mi “inteligente” compañero tiene la brillante idea de estacionar sobre la ladera de la montaña. El resultado: aplastado por el jeep. 
Para nuestro tercer intento decidimos llevar un soldado raso como respaldo. La intención es ubicarlo en la cima de la montaña con un sniper para evitar que los alemanes nos ataquen por la retaguardia. Liquidamos cómodamente a los alemanes que hacen guardia y a dos soldados acobachados con sus ametralladoras. Enseguida, descubrimos un refugio bajo tierra con un enemigo despedazado por nuestras granadas. Con una precisión de relojero, nos deshacemos del resto de los guardias y corremos a refugiarnos en el pequeño búnker, bajo tierra. Lo peor está por comenzar. Una horda de alemanes intenta meterse en el pequeño habitáculo solo para caer como moscas, víctimas de nuestra afilada puntería. Una feroz lluvia de mortero golpea nuestra posición, pero estamos seguros bajo tierra. Cuando el silencio vuelve a reinar, vaciamos los cargadores en lo que queda de la ofensiva enemiga. Es el momento de los tanques. Estoy herido. Rolo Tampoco se encuentra bien. Pero la puntería de mi compañero demuestra una vez más que una bazooka hace maravillas. Mientras nos arrastramos en busca del segundo tanque, vemos que el pelón que dejamos sobre la colina está en serios problemas. Las balas van y vienen, pero uno a uno se las arregla para llevarlos a la tumba antes de morir. Gracias a él, Rolo destroza el tanque por sorpresa mientras yo lo cubro del fuego de la escolta. Los refuerzos llegan y salimos con vida de la escaramuza. 
¡Al final, el pelón resulta un valiente!

Los Irrompibles y el cañón de la muerte.

1946. La Segunda Guerra ha terminado. Nos han enviado a una misión especial para detener un movimiento revolucionario de la posguerra. Tenemos que atravesar un cañón repleto de partisanos con fusiles. Para cumplir con la heroica proeza de llevar nuestro jeep en una pieza hasta el otro lado, habíamos decidido que era tiempo de agregar a dos nuevos reclutas. Marcelo (Kaveyox) y Juan Pablo (Jay Pee) estaban ansiosos por entrar en acción después de escuchar a diario nuestros comentarios sobre las hazañas de la noche anterior. No sabíamos entonces que su inexperiencia nos traería MUCHOS PROBLEMAS. Sería difícil lograr que entendieran que revolcarse cuerpo a tierra puede salvar la vida, en vez de morir como cucarachas tratando de emular a Rambo. Evidentemente, sólo después de una decena de intentos estarían listos para el combate y los partisanos serían historia. Eramos algo así como Los Irrompibles; Kaveyox era como el gordo Espalter, Jay Pee inquieto y optimista como Berugo Carámbula, yo era como D ´Angelo y Rolo como Almada. 
El plan era simple: Rolo y Jay Pee por la cornisa derecha, Kaveyox y yo por la cornisa izquierda. 
Con mucha dificultad, ya cuatro partisanos habían encontrado su fin. Me separo de Kaveyox tomando un atajo para sorprender al enemigo por la espalda. Acobachado en una cornisa elimino a cinco enemigos, tres búnkers y a un partisano con Panzerfaust (la bazooka de origen alemán). Cruzo a la carrera un puente colgante en ayuda de mis compañeros. Han destrozado una patrulla pero los arrincona un Panzerfaust. ¡Pan comido! Solo un certero disparo y el maldito muerde el polvo… aunque demasiado tarde. Kaveyox ha muerto. 
El resto de la misión es un fracaso. Jay Pee muere salvando la vida de Rolo. En tanto, yo intento acercar el jeep a nuestra posición. Y cometo la torpeza de bajarme mientras está en marcha. Impotente, veo cómo el vehículo se desliza dentro del riacho que bordea el camino. 
Las pu(beep)das de Rolo se escuchan en todo el cañón mientras me esfuerzo en sacarlo de la zanja, pero es inútil. El maldito cacharro no sale. Solo nos queda una opción: ¡rezar porque el arroyo llegue hasta el final del camino! Mientras, mi compañero se adelanta para reconocer el terreno y regresa bajo una lluvia de balas. Curiosa técnica, la de Rolo. Los asusta a los gritos y vuelve corriendo como un mico intentando salvar su vida. Pero se queda sin balas frente a un partisano. Se oye un tiro. Otro. No puedo salvarlo. Sigo adelante. Si tengo suerte el jeep llegará por el arroyo hasta el final. La proeza dura más de 3 horas.

Panzerfruten, granador y perros locos.

La cooperación es fundamental para completar una misión con éxito. Pero sepan de nuestro desgraciado caso, fruto de la demencia. Hace días que intentamos descubrir la entrada al cuartel de los partisanos. Sabemos que la entrada está dentro de un viejo Partenón griego celosamente custodiado. En nuestro primer intento, Jay Pee dispara accidentalmente su ametralladora en el espacio entre mis ojos, atribuyendo su torpeza a la sensibilidad de su nuevo Intellimouse con puntero láser (algo así como un ratón castrado, o más bien, una rata). Después de numerosos intentos, conseguimos llegar al pie de la escalera del Partenón sólo para que Kaveyox decidiera disparar su Panzerfaust (Panzerfrutten, según él) a la horda de griegos que baja la escalera. Esas armas son demasiado peligrosas para ser disparadas al piso. Nuestros cuerpos vuelan en pedazos. ¡Los cuatro, muertos por enésima vez después de tanto esfuerzo! Rolo, indignado, decide abandonar pero, tras insultarlo durante cinco minutos por ICQ, regresa a la batalla. Sin embargo, no imaginamos su maquiavélico plan de venganza. Ni bien arrancamos la misión, sale disparado como un misil en dirección contraria y, para nuestra sorpresa, se sube al jeep. Sin titubear toma la ametralladora y nos aniquila a todos como un perro loco saciando su sed de venganza. Por supuesto, esta maniobra fue luego emulada por Kaveyox cuando, teniendo la victoria en la palma de nuestras manos, Rolo arrojó una granada sin apuntar. El explosivo picó en una columna y cayó a nuestros pies. Otra vez, volamos todos en pedazos.
En la actualidad, intentamos reconciliarnos para seguir con nuestra tarea de salvar al mundo. 
Es difícil prestar atención cuando debemos cubrirnos la espalda de nuestros propios compañeros. Tendremos Que limar las asperezas y recuperar la confianza, porque este es un trabajo sucio, pero alguien tiene que hacerlo.

Sebastián “Moki” Di Nardo
Marzo 2000

 

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