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Irrompibles vs. Starlancer

 LANCEROS ESPACIALES CON PURPURINA
Hoy presentamos: En el espacio, nadie puede oírte gritar (a no ser que grites fuerte)

 

Nada de vestiditos militares camuflados, nada de tapizados de cuero y arboles de levas,
eso ya fue, nosotros somos chicos del 2160. ¿Qué les pasa? Ah ya sé. Están emocionados porque logramos jugar al Starlancer por Internet. Qué lindo que es este momento, ¿no?

 

 

 

2000, 24 de junio. 23:02 hs.

 

 

Tomé el teléfono con las manos sudorosas. Apenas podía acertar los números en el teclado.
Del otro lado de la línea atendió Moki. A su previsible “¿Hola?” contesté con el aún más previsible
“In position”, la clave secreta que obliga a un Irrompible de ley a dejar absolutamente todo
y conectarse a la Autopista Informática de inmediato.
Pero vayamos un poco más despacio y retrocedamos algunos minutos en el tiempo…
Comencé a sentir el picor en la espalda a eso de las 22:15 (el cosquilleo adictivo y la necesidad
de balas que siente todo Irrompible que se encuentra en un radio menor a diez kilómetros de su PC).
Maté el tiempo comprando chucherías para el segundo piso de la preciosa mansión que poseen
mis Sims.
Los otros miembros de la Orden del Picor se hallaban ocupados en sus quehaceres.
Sabíamos a ciencia cierta que jugar al Starlancer vía Internet y por modem de a tres nos traería incontables dolores de cabeza debido al lag (la cifra exacta para el Starlancer es dos adictos conectados entre sí, y sólo dos… más sería la muerte); pero claro, ¿quien sería capaz de mirar
a los ojos de un Irrompible y decirle sin que le tiemble la voz “lo siento, pero hoy no jugás”?
La batalla contra el lag estaba por comenzar.
Inodorelli, mi otro compinche virtual, se encontraba defendiendo al mundo de la amenaza terrorista
y sólo estaría disponible a la hora acordada. Moki, el intrépido comando capaz de degollar a un destacamento completo de nazis sin ser detectado tenía su cita ineludible (según él) con Primicias. Nunca entenderé como es posible que el mismo hombre capaz de arrojar a un precipicio
a sus amigos con tal de ganar unos preciados segundos para él y su Porsche se emocione hasta
las lágrimas porque Mariquita Valenzuela no logra mantener una pareja estable.
En fin… a las 23:00 terminaba esa basura que calma la bestia que habita en él.
Los minutos se hicieron horas, y las horas siglos…

 

2160, 24 de junio. 23:06 hs.

 

 

Infiltrarnos en la astronave fue un juego de niños. Ya teníamos práctica en este tipo de operaciones gracias al Hidden & Dangerous y el hormigueo de reclutas voluntarios recién llegados disimuló nuestro arribo.
Robamos tres uniformes de pilotos y nos presentamos en la sala de briefing donde nos instruirían acerca de la misión que debíamos cumplir.
Inodorelli no llevaba un corte de pelo a la moda por lo que se vio obligado a quedarse con un birrete puesto. De todos modos, si alguien nos preguntaba quienes éramos y que corno estábamos haciendo en la nave teníamos la excusa perfecta: “somos algo así como los tataranietos
de los Irrompibles… los mismos que desembarcaron en Normandía y que inspiraron las trágicamente célebres picadas en la Lugones a bordo de sus flamantes Porsches”. Con ese pretexto podíamos llegar lejos; porque estábamos en el futuro y las cosas habían cambiado mucho pero, a juzgar
por las numerosas Xtreme PC que vimos en las manos de la tripulación, todavía publicaban nuestras viejas aventuras y la revista seguía vendiéndose como pan caliente. Lo único que no me gustó demasiado fue comprobar que ahora pertenecía al conglomerado Microsoft… pero ese es un asunto que Maxi se ocupará de corregir a tiempo… espero.
La pulposa comandante Enriquez nos dio las pautas de lo que parecía una clásica misión de rutina: escoltar un par de cargueros civiles, limpiar la zona para que puedan realizar el salto hiperespacial con tranquilidad y estar atentos por si las hordas rusas tenían ganas de bailar la polka.
Cada uno eligió su nave: Moki trepó a un Coyote, Inodorelli tomó “prestado” un Grendel y yo escogí un Predator.
En segundos nos encontrábamos en el espacio encendiendo nuestros motores. Viper (el líder
del escuadrón) dio la orden para el salto hiperespacial y Moose, mi copiloto, me golpeó el casco
para sacarme del estupor (y del terror en que estaba sumergido, debo confesarlo; porque una cosa es usar un rifle o pisar un acelerador pero otra muy diferente es conocer la exacta función de todos los botoncitos de colores que titilaban frente a mi) y obligar al Predator a saltar a las coordenadas preestablecidas. Vi que Inodorelli y Moki se me adelantaban y salían disparados hacia la nada y, después de meditarlo unos segundos, decidí seguirlos… no vaya a ser cosa que hablen
con mi tatarabuelo.
Llegamos al punto de encuentro con los cargueros. Nos ubicamos en nuestras posiciones y los escoltamos unos cuantos kilómetros. Repentinamente nuestros radares detectaron la presencia de las siniestras fuerzas de la Coalición; y los rusos no tuvieron mejor idea que saludarnos con una lluvia de misiles.
Casi me hago encima cuando Moose, gritando como un marrano en el matadero, me rogó que pulsara las defensas destinadas a desviar las letales agujas explosivas. Hice lo propio y salvamos el pellejo por un pelo. Busqué en el scanner a los muchachos y, al parecer, también habían hecho bien los deberes.
Más enojado que asustado activé los afterburner y me lancé sobre los secuaces de Lenin como si fuera un vendedor de celulares.
Moki ya estaba haciendo estragos en las filas enemigas gracias a las simpáticas cabriolas de su Coyote y desconcertaba a los pilotos del este que no podían creer que sus monerías resultaran tan letales.
Inodorelli no se quedaba atrás rociando con plomo cuanto tovarish se cruzaba en su camino.
El muchacho había apagado los lásers (un acto de bravuconería total) y se dedicaba a perforar fuselajes con las temibles trazadoras de su caza alemán.
Los sensores me indicaron que un gracioso intentaba agujerearme la retaguardia. Hice un looping
y el bastardo me siguió. Barrené bruscamente y adivinen… el ruso seguía atrás. Le grité a Moose para que se agarrara y enfilé hacia los cargueros. Escuché ruido en el fuselaje y comprendí que las balas enemigas (otro bravucón como Inodorelli) habían perforado el metal dando de lleno en uno de los estabilizadores. Los shields se agotaban rápidamente. No tenía mucho tiempo.
Un par de golpes al afterburner me acercaron aún más a mi objetivo. Pero el perro sarraceno seguía pegado a mi cola. Me acerqué un poco más. Más. Más.
Moose no decía nada pero yo adiviné su terror cuando el carguero ocupó todo nuestro campo de visión. Creí ver por unos segundos, en el puente de la gigantesca nave, al capitán de la misma con los ojos desorbitados y gritándome para que desviara mi trayectoria. Esa era la idea.
Viré sorpresivamente a la derecha y por un momento pensé que tocaríamos el casco de la nave con las manos. Bueno, en realidad eso fue lo que hizo el caza ruso cuando se encontró con el puente del carguero frente a sus narices. Un hermoso fulgor anaranjado nos indicó que el pelele era historia. Acto seguido, el capitán del carguero apareció en mi monitor lanzando todo tipo de improperios en los más diversos idiomas. Corté la transmisión y sonreí. Si esas batatas voladoras podían absorber el impacto de varios misiles, bien podían lidiar con un caza ruso de segunda.
Volví al frente de batalla pero Moki, Inodorelli y el resto del escuadrón ya habían barrido al enemigo. De todos modos, el persistente lag había hecho estragos y todas las naves del escuadrón 45 estaban severamente dañadas al no haber podido ser capaces de maniobrar con suficiente velocidad y precisión frente a los ataques.
Es más, habíamos sufrido importantes bajas, pero ya pensábamos que la Coalición era historia
por el resto de la velada. Error.
Un crucero inmenso, repleto hasta los dientes de torretas láser, surgió de la nada y nos obsequió luces calientes de todos los colores. Rompimos la formación y nos desviamos lo suficiente como para descargar, a salvo del alcance de su artillería, nuestros preciosos Jackhammers.
Todo el escuadrón arrojó su explosiva mercadería sobre el gigantesco enemigo y se alejo (afterbuners de por medio) antes de que las ojivas hicieran impacto provocando una reacción nuclear en cadena. ¿Todo el escuadrón? todo no; porque Moki estaba muy entretenido emulado a Rick Hunter y sobrevolando el casco del crucero, repartiendo balas a diestra y siniestra y esquivando de milagro (porque el lag seguía ganando la batalla) el fuego cruzado de las torretas. Intenté comunicarme con él y explicarle que si no se alejaba en segundos, la o­nda expansiva provocada por los misiles lo haría paté. Pero estas naves no tienen el mejor sistema de comunicación
que digamos…
Pequeñas explosiones encadenadas comenzaron a surgir de la popa del enemigo. Moki vió lo que estaba pasando, hizo un furioso rizo y trepó alejándose de la amenaza acercándose con los afterburner a pleno hacia nuestra formación. Demasiado tarde. Un terrible haz de luz surcó el espacio cegándome mientras el crucero se partía en dos, y una bola de fuego perfectamente delineada comenzó a crecer barriendo todo a su paso. El caza de Moki me recordaba al Halcón Milenario escapando de la segunda Estrella de la Muerte; pero con resultados menos felices…
la bola de fuego alcanzó al Coyote cubriéndolo por completo y escuché un grito de horror en el canal de transmisiones. No podía ser otro que el copiloto de Moki.
Mi nave se sacudió violentamente cuando la o­nda expansiva golpeó con fuerza inusitada nuestra formación. La bola de energía nuclear comenzó a encogerse rápidamente y en un instante todo volvió a ser como antes. Ya no había crucero. Ya no había Coyote. Ya no había Moki. Sólo quedaba la negrura del espacio infinito y un silencio absoluto. Nadie pronunció palabra camino a la base. Chequeé que Inodorelli estuviese en la formación y me limité a apretar los dientes y contener
as lágrimas.
Enriquez nos felicitó por el resultado de la misión y tuvo el mal tino de preguntar donde estaba ese peladito tan simpático que se había destacado por su sucio dogfighting minutos atrás. Mi cara le dijo todo.

 

2000, 25 de junio 00:07 hs.

 

 

¡Imaginen mi alegría al prender el ICQ para charlar a solas con Inodorelli sobre lo ocurrido y comprobar que Moki estaba o­n line! Le pregunte como había hecho para escapar de la terrible explosión y el muy payaso me respondió: “No sé que pasó con la conexión. Estaba rociando de plomo a ese crucero enorme y cuando noto que comenzaron las explosiones clásicas indicando que ya lo había liquidado ¡ZAS!, se me corta la comunicación y aparezco en el desktop de Windows. ¿Y ahora quien ca(beep)jo me va a computar ese crucero entre las bajas que le provoqué a esos rusillos de pacotilla?”

 


Rodrigo “Rolo” Peláez
Julio 2000

 

 

 

 

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