IRROMPIBLES VS. RED FACTION
GASES EN EL ESPACIO. NO SE ESCUCHAN… PERO SE HUELEN.
Y sí… mi paciencia llegó a un límite. Harto de las habladurías de Rolo, ese miko con el ego más inflamado que el colon de un viejo con gastritis; y hastiado de Inodorelli, un muchacho cuyo vicio desmedido por el fichín solo se compara por el de un alcohólico con su botella, decidí hacer algo por mí. Decidí que tenía que mejorar en algo… y mi puntería estaba bien.
Ya era claro que Inodorelli tenía una ventaja desmedida sobre nosotros. La ventaja de no tener que luchar contra una línea telefónica y un cable coaxil que me hacía tropezar cuando me arrastraba hasta el sillón con una taza de café. La ventaja de no tener que golpear a mi gato cada vez que el imbécil decidiera enredarse en el cable de teléfono, pensando que es un pedazo de planta que puede masticar. Su ventaja tenía un nombre: el cable.
Este artilugio que, como dijo Rolo, sólo es para adinerados con dedos regordetes y llenos de anillos, debía ser mío. Esa ventana a la alegría, que permitía pings de 50 en las redes, era lo que necesitaba. Ya todo estaba claro, el vetusto modem de 56k que tantas alegrías supo darme tenía sus días contados.
Después de una larga espera, un hermoso cable negro que atravesaba mi pared sería mi pasaporte a la alegría. Ese maravilloso portal de 512k estaba listo para comunicarle al mundo (o más precisamente a ese pequeño círculo de monigotes compuesto por Inodorelli y Rolo) que Moki estaba aquí.
Ya harto de las falsas burlas de este puñado de mikos, busqué la primera excusa para demostrarles de qué estaba hecho, y no tardó en aparecer el juego ideal. La demo de Red Faction que acompañó el número 47.
No sabíamos qué tan bien iba a funcionar, pero no nos costaba nada intentarlo y, por supuesto, yo sabía de sobra que iban a aceptar.
Olvidemos el baile del tiki tiki (por lo menos por ahora).
Por supuesto como todavía no había servidores de este juego en el país, decidí crear uno. Inodorelli fue el primero en aparecer, y lo mejor de todo es que el cable no le estaba funcionando bien. El muy payasete sería presa fácil de mi escopetor. No tardamos en comenzar la partida, como de costumbre el güano de Rolo no había llegado, y es sabido que, en las tierras virtuales del alegror internetal, no se espera a nadie.
Mi tembloroso y sudado dedo se cobró los primeros frags, con ayuda de la potente escopeta senté a Inodorelli de tal forma que recordé por un instante aquella curiosa pirueta que hacen los chicos al acostarse en el piso y sostenerse las rodillas para hacer que los gases produzcan un estruendo mayor. Continué sumando puntos, gracias a que yo conocía algunos recovecos que él desconocía, mientras la furia de Inodorelli crecía. Pero de pronto sucedió lo inexplicable. Cuando le llevaba una ventaja de diez puntos, el muy maldito tuvo su racha. Una y otra vez fui kk vieja, víctima de su implacable railgun. Mi asombro no dejaba lugar a una explicación lógica. ¿Cómo era posible que ese miko del agua pudiera encestarme el trasero con su láser sin que yo lo viera? Justo cuando pensé que todo estaba perdido, entró Rolo a salvarme la vida, o mejor dicho, a ser el blanco móvil de mi enemigo. Finalmente pude descubrir el secreto de Inodorelli: disparaba a través de las paredes. Hasta el momento yo usaba las armas más efectivas: el lanzamisil, cuyo poderoso proyectil desgraciadamente es fácil de evadir, o la escopeta, un arma que recarga medianamente rápido y a corta distancia es letal. Aun así Inodorelli se las rebuscaba y con una railgun hacía desastres, mientras mi aturdido cerebro se preguntaba cómo podía lograr semejante diferencia con un arma que dispara solo un tiro y tarda tanto en recargar. La respuesta se materializó ante mis ojos. Mientras Rolo correteaba por un pasillo con su paso temeroso y afeminado, un certero rayo de la muerte atravesó la pared cortando su ilusión asesina como una rodaja de queso fresco.
La pregunta ahora era cómo se las arreglaba esta alimaña para apuntarle cuando lo único que tenía enfrente es cemento. Pero no tardé en descubrir que muchas de las armas tenían una segunda función y en el caso de la railgun era un zoom. Lo más curioso es que mostraba una silueta roja sobre el enemigo, era el calor. Esa era la clave, el muy rata de Inodorelli nos disparaba acobachado tras las paredes detectándonos por el calor. Aquel que se llenó tanto la boca hablando de mí como un camper resultó ser un cobardika. El más afectado, por supuesto, resultó ser Rolo, que estaba recibiendo la paliza del siglo. Una paliza que no tenía que ver con su modem 56k, que le estaba dando un hermoso ping de 190. Sí, señores, 190 de ping con dial-up, así que quienes osen decir que el modem telefónico apesta… se equivocan.
Rolo sufría el producto de la ira de Inodorelli, una furia clásica en él cuando es quien va último en la tabla, y estaba utilizando a Rolo para revertir esa situación. Por suerte la justicia es ciega pero no tonta, y cuando Inodorelli parecía montado en el tren de la alegría y el fragor, su conexión de cable le jugó una mala pasada. Misteriosamente su ping trepó hasta los 1.300 y por supuesto, ganó el mejor… yo. Inodorelli justificó su broncor y su ira diciendo que esto se debía a que su cable flojeaba y se retiró para reiniciar su máquina. Nuevamente un mano a mano, y esta vez Rolo sería mi pichón.
El palizor.
Eramos como dos cowboys, mirándonos en el desierto escenario que en la demo se llamara DM 16. Yo corría con una doble ventaja: conozco casi a la perfección los recovecos del nivel, y soy server, lo que me da una clara ventaja sobre el cacorete de Rolo. El por su parte tenía a su favor esa paciencia para esconderse y esperar el mejor momento en el que atacar a su desprevenida víctima, producto de años de fichinear con la inferioridad de condiciones del dial-up. Ya estaba claro que en ese escenario la railgun marcaba una diferencia sobre quién vivía y quién no. La lucha por la victoria en este lugar se limitó a quién llegaba primero hasta el arma. Por supuesto el primero en tenerla fui yo, lo que me llevó hasta un comodísimo 15 a 2. Fue entonces cuando este payasete pelilargo logró hacerse con mi preciada arma disparándome por la espalda (como siempre). ¿Qué podía esperar yo de un hombre que se jacta de gran jugador y va perdiendo por 13 puntos? ¿Qué clase de individuo se llena la boca hablando mal de mí y de mi mascota, cuando lo único que lo acompaña en las madrugadas de fichín es el aburrido canto de su tonto RELOJ CUCÚ? Sí, leyeron bien, un tonto pajarillo mecánico que asoma cada hora de un reloj festeja las monerías virtuales de Rolo. Imagínense a Rolo acariciando a PICHÍ, ese tonto pajarillo mecánico… qué bala, por Dios.
Pero mi adversario no era un hombre de fortuna; pronto reapareció Inodorelli y, con él, Pierru. Las cosas se complicaban, y con una mayor cantidad de adversarios todo se empareja mucho más. Afortunadamente el límite de frags de la partida era de 30 y no me costó mucho alcanzar la preciada cifra.
El “caZamiento de Rolo”.
Ya todo parecía oscurecer para el dueño de PICHÍ. Ese tonto pajarillo mecánico quedaría sin su dueño. Y yo estaba aprovechando ese momento… y disfrutándolo. Me divertí haciendo mis primeros tres frags arrojando una bomba y detonándola en medio de una balacera entre Rolo, Pierru e Inodorelli. El resultado fueron tres traseros en traje de látex mirando al cielo. Pero sucedió lo inexplicable, y comprendí que cuando Rolo tiene buenos momentos es un enemigo temible. Logró capturar un railgun y aprovechó cualquier distracción para cargarse a uno de nosotros como si de un pato de feria se tratase. Rolo estaba haciéndose una panzada con Pierru e Inodorelli y, por supuesto, yo no fui la excepción. Cuando este monigote había logrado su frag número 23, Pierru logró quitarle su railgun con un suave escopetazo en la cola mientras Rolo recargaba con apuro.
Durante los próximos cinco minutos, Inodorelli se encargó de detener el avance de Rolo mientras Pierru intentaba aumentar su puntaje corriéndome con su tonta pistolita. Hasta que Rolo logró acercarse a la railgun. Todo terminó. Para aumentar nuestra furia, el maldito hizo la “gran chiquilín”; viendo que había alcanzado una aplastante victoria, se retiró con el clásico: “Oh, ya no juego más, tengo que ir a retozar porque debo levantarme temprano”.
Nos había cazado como ratas y se había ido con los bolsillos llenos, como aquel apostador que sabe retirarse a tiempo del casino.
Quien CACArea último, CACArea mejor.
Dos días más tarde, con la excusa de sacar las fotos para esta nota, invité a los Irrompibles a una nueva partida de Red Faction. El objetivo principal era vengarme de Rolo. Mi intención era la de meterle ese tonto pajarillo mecánico en el trasero, pero como no lo tenía a mi alcance me remití a dejarlo como un colador.
Los reuní a todos en el lobby del nivel que habíamos estado jugando y descubrí que teníamos un invitado. LeChuck, uno de los muchachos de ADN, estaba enloquecido repartiendo misilazos. Costó ordenarlos para tomar un par de fotos. Pero una vez que obtuve lo que necesitaba, aproveché los nervios y el gatillo fácil de Inodorelli para depositar una bombita en medio de la confusión. Resultado: 3 muertos (uno de ellos Rolo, ji ji ji).
Luego de eso, con el pretexto de sacar fotos en pleno combate, les pedí que lucharan entre ellos para tomar más fotos. Por supuesto, lo que hice en realidad fue perseguir a Rolo para desquitarme a tiros de su comportamiento de los previos dos días. En el siguiente par de minutos transformé a Rolo en una especie de enamorado del suelo. La cantidad de veces que se abrazó y se besó con las baldosas trepó a cinco o seis. Fue entonces cuando el miko del agua recurrió a su jugada 32 bis: “Oh, muchachos, lo siento pero es tarde y debo levantarme temprano”… Rolo disconnected.
La rata se había ido, pero yo era feliz porque le había dado. Dicen que el partido lo ganó LeChuck, pero a mí no me importaba. En el fondo yo sabía que, del otro lado, Rolo estaría comiéndose a su tonto pajarillo del reloj cucú para aplacar su furia.
Bueno, amigos, esto fue todo por hoy, los dejo en compañía del resto de esta hermosa revista. El nerviosismo me aflojó la flora intestinal. Como todos sabemos, en el espacio los gases no se escuchan, pero se huelen si se sueltan dentro del traje.
Como dice Rolo: si se rompe no es irrompible… bueno, no sé, a Rolo lo he roto varias veces.
Pekenio glosario del quemor II:
Guano: según Rolo, guano es la kk del murciélago. Según el diccionario, es el excremento de las aves marinas. Según Moki, el guano es Rolo. (N. del E.: el término alude a la materia fecal de cualquier animal, micos incluídos).
Miko del agua: dícese de aquel que, en su desesperación por salvar el pellejo de los disparos, se la pasa saltando como un monigote que al caer al agua intenta no mojarse los pies.
Cobardika: la versión del cobarde por Internet. Una especie de maricón versión 2.0.
La “Gran Chiquilín”: cuando uno se retira victorioso para evitar manchar su honor si pierde en la próxima partida. El famoso “no juego más”.
Jugada 32 bis: cuando uno se retira derrotado y, para no seguir pasando papelones, tras una mínima despedida se desconecta.
Pichí: el tonto pajarillo mecánico del reloj cucú de Rolo.
Sebastián “Moki” Di Nardo
Octubre 2001