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Irrompibles vs. South Park

IRROMPIBLES VS. SOUTH PARK
SOUTH PARK. COMO EN PLAZA FRANCIA PERO SIN SUCIOS HIPPIES.
Hoy presentamos: ¡Mataron a Moki! ¡hijos de p…!

Gitano timador. Mercachifle de la prosa. Guano de pantano. Pequeño duende afeminado. Moki, bah. O la rata de albañal que debía morir definitivamente después de sembrar mentiras descaradas sobre sus payasescas aventuras en el Red Faction; sin contar los torpes balbuceos que dedicó a mi performance asesina y, peor aún, a mi venerado cucú.

El problema de matar a un Irrompible es que, tarde o temprano, vuelve. Siempre. Como el Capitán Escarlata. Por algo es Irrompible supongo; con lo cual lo podrás fregar pero nunca eliminar. Pero este miko viejo tenía que ser la excepción. Debía serlo. Y debía dignarse a morir de una buena vez y para siempre, y nunca más abandonar el fango donde arrojaría su cadáver mutilado.
Para colmo de males, el muy mandril tenía desde hacía un mes sus monerías auspiciadas por cable modem.
Al igual que el capitalista regordete de Inodorelli, se había pasado a las filas de la Rebelión ante la imposibilidad de derrotarme mano a mano y en igualdad de condiciones; y ahora la velocidad de su conexión le proporcionaba la habilidad que necesitaba desesperadamente para acertarme un mísero balazo. Tenía que humillarlo y lograr que el mundo se olvidara de él y escogí el juego definitivo para lograrlo: ¡South Park!
Ambientado en el polémico dibujito 2D, con gráficos sencillos y coloridos, lag prácticamente inexistente, una musiquita desquiciante y las mejores armas que un FPS puede brindarnos; entre ellas una bola de nieve mojada de pis y el lanza vacas (como un lanza misiles pero de… vacas).
Y es bueno saber que si tienen máquinas vetustas, pero cuentan con una modesta placa 3D, podrán correr este alegror a la perfección. Y por modem. Como hacen los hombres. Como hago yo. Como no hace Moki.
O sea muchachos que, como podrán ver, en esta columna no nos olvidamos de aquellos que tienen cierto “apestor” en casa, y de tanto en tanto les recomendamos buenos juegos para corretear con sus amigos en la Autopista Virtual (¡cómo olvidar al Outlaws!).

Shut your fuckin´ face uncle Moki.

Nos encontramos a altas horas de la noche (para ahorrar unos morlacos con la tarifa telefónica reducida y principalmente porque salimos muyyy tarde del laburo) en el ICQ. Los muchachos de siempre: Inodorelli (que eligió personificar a Cartman), Moki (que optó por Kenny) y yo (que elegí a Stan)… ya perdidas las esperanzas de volver a ver en acción alguna vez a los cobardes de Jay Pee y Kaveyox.
Hosteó Moki (cosa que después no anduviera llorando por el lagor, aunque algunos alegan que al tener cable modem era el más indicado para la faena) y fuimos con el adicto de Inodorelli a su encuentro. Tuvimos la suerte de que la Editorial nos facilitara un par de Game Voice para putearnos o­n-line.
Moki seteó el escenario “The Hill” en un claro homenaje al Hidden & Dangerous (The Hill significa colina en inglés; y colina es como llamamos cariñosamente los Irrompibles a ese embajador del picor informático).
La violencia no tardó en llegar y se desató una lluvia de bolas de nieve con pis, seguida de dolorosos pelotazos de básquet en la cara.
Arranqué bien, puesto que Inodorelli tenía problemas con su cable modem (merecidos, jiji) y cayó de bruces varias veces ante mi pericia y mi escasa estatura (yo era Stan, recuerden; no es que sea petiso en el mundo real, claro).
Moki se ocultaba en las cuevas del nevado nivel (campeando como siempre el muy ratica) y disparaba con su gallina sniper (sí-sí señores, una gallina que lanza huevos del trasero cada vez que le aprietan el cuello). Caímos un par de veces víctimas de su guano, hasta que localicé su guarida y le apunté con mi moderno fusil lanza pirañas. Los mordiscos de esas alimañas terminaron velozmente con esa… alimaña.
Martín (Varsano) apareció en uno de los canales del Game Voice y escuchó horrorizado los gritos
de temor y miedillo de Inodorelli y Moki que rogaban por sus vidas, sin ser escuchados claro.
Con lo cual, ya pueden preguntarle en el correo de lectores que se siente oír un combate de Irrompibles como si de una novela radial se tratara. Una novela en la que Moki e Inodorelli eran mis amantes colombianas, jiji.
Pero no todo fue color de rosas… ya que, lentamente, y mientras los minutos pasaban, los dos kks comenzaron a mejorar su performance asesina y a hacer uso de su nueva tecnología de transmisión de datos. Y mi Stan comenzó a caer cada vez con mayor frecuencia.
Comenzaba el dolor…

Buenos vecinos.

Cambiamos el nivel a “Neighbors” (vecinos), un tranquilo vecindario soleado con laguitos y cabañas con chimeneas incluidas. Sacamos un par de fotos más y ya estaba claro que la ira se había apoderado de Moki y que ganarle la partida en semejantes condiciones sería imposible.
Encima, Inodorelli había encontrado el escondite del “aparato alienígeno”: un arma bastante bizarra capaz de transformarte por unos segundos en un miko maquillado de niña que canta completamente inmóvil como una gorda blusera, mientras el resto de los jugadores se divierte llenándote de bolas de pis o te hace blanco fácil del lanzador de vacas (y no se imaginan que molesto resulta tener uno de esos mamíferos sentados de ano en la cabeza).
El marcador de Inodorelli comenzaba a emparejarme peligrosamente. Moki me empataba 19 a 19, ¡y el match terminaba a 20!.
Cuando lo vi apuntándome con el convertidor alienígena gay, comprendí que sólo me salvaría la “Gran Chiquilín”.
Sin dudarlo dos veces grité (esas son las bondades del Game Voice; si hubiese tenido que tipear… todo habría terminado) “¡Lo siento, es tarde, tengo sueño, tengo frío, tengo miedo, ADIOS PELELES!” click.
Rolo disconnected. Jiji.
Había empatado. Y si bien no había conseguido borrar a Moki de la faz de la tierra, al menos la hemorroide que le provocaría mi huída sería más que suficiente para hacerlo sufrir un buen rato. Lo tenía merecido.

La verdadera historia de ¿Pichí?

Hace ya algunos años (muchos en realidad) mis abuelos partieron rumbo a las Europas en viaje de placer.
Mi hermano mayor pidió de regalo unas zapatillas muy bonitas, de una marca que comenzaba a florecer en todo el planeta, y cuyo logo es algo así como una tilde alargada.
El menor de los Peláez pidió una pequeña Ferrari de juguete, y yo (el del medio, o sea el más listo), pedí un reloj cucú (influenciado por un célebre capítulo de la Pantera Rosa… los más ancianos recordarán cual supongo).
Sí, un cucú ¿y qué?, pero un cucú de Suiza posta-posta (país creador del reloj cucú). Y exigí ver la boleta de la relojería para comprobar su noble origen. Sí señor, adivinó: Suiza.
Resumiendo entonces, por un lado tenemos a una exquisita pieza de relojería, fina, precisa, fiel a mi desde hace lustros y que acompaña mis largas horas de insomnio mientras la sangre de mis enemigos salpica mi cara en cruentos enfrentamientos virtuales.
Un noble pájaro mecánico que se emociona al ver la pericia de su amo y pía sugiriendo cuantos balazos merece recibir el cuerpo herido de Inodorelli, cada vez que cae en la demo multiplayer del Return to Castle Wolfenstein.
Y por el otro, tenemos a “Bigotín”. La mascota indocumentada de Moki, de la que no puede precisarse un origen cierto, que mastica cables y defeca en la falda de su dueño, pero sin discriminar la alfombra, la cama y los zapatos del mismo.
El minino mimosón que desvió tantas veces con un débil zarpazo el aún más débil brazo de Moki haciendo que éste fallara por metros el disparo de su fusil telescópico; provocando la muerte de su amo y de sus camaradas de aventuras.
¿¡Y yo tengo que soportar que este miko rastrero y su peluda criatura se burlen de “Pichi”, como lo llamaron en la anterior nota de los Irrompibles…!?
Bueno señores, tengo el agrado de comunicarles que mi cucú no tiene nombre aún. Podría haberlo bautizado “Jueves” por estar siempre un paso adelante de “Viernes”, el sobrenombre con que Moki apoda afectuosamente a “Bigotín”; pero no, no sucumbiré a tan vulgar oportunidad.
Espero entonces de ustedes, mis fieles amigos, que envíen al correo de lectores sugerencias de cómo debería llamarse mi águila guerrera, que alta se eleva en vuelo triunfal. He dicho. ¡Ah! y nunca lo olviden, mis queridos chimpancés: si se rompe, no es Irrompible.

 


Rodrigo “Rolo” Peláez
Noviembre 2001

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