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Irrompibles vs. Medal of Honor

IRROMPIBLES VS. MEDAL OF HONOR
HOY PRESENTAMOS:¿HAY HONOR SI JUEGA MOKI?

Esto de ser un guerrero “temporal” trae sus dolores de cabeza.
Un día estás repartiendo sablazos láser a cuanto Jedi semiparalítico se te cruza, y al otro te reclutan para desembarcar en Normandía sin tener en cuenta que, por ejemplo, el desembarco va a caer cerca de tu cumpleaños, y que a uno le encantaría cumplir años y usarlos para algo más que para alimentar gusanos…
Tiene su lado bueno, ojo… porque al revisar la lista de reclutas y descubrir a Moki en ella, uno piensa que sería una excelente oportunidad para reconciliarse luego de tantas y tontas rencillas, o volarle los sesos en pleno descontrol bélico… total, ¿quién se daría cuenta si nunca tuvo sesos en esa maldita cabezota?

Me gusta la playa pero si es en Cancún…

¿Existe un nivel mejor para jugar al Medal of Honor: Allied Assault (desde ahora MOHAA, porque no voy a tipear todo el tiempo Medal of Honor: Allied Assault) por Internet que Omaha Beach (seleccionar bj/obj_team3 para jugarlo cooperativo)?. No, no existe.
Ok, tal vez haga oscilar un poquito (a veces bastante si se juega por modem) el ping de las máquinas y muchos jugadores amasijándose comprometan la fluidez de la partida, pero… ¿quién piensa en eso cuando las trazadoras alemanas murmuran piropos poco felices en los oídos?
Utilizando entonces la bendita tecnología celular (que si sirve para algo, es para hacer felices a los adictos del fichín como nosotros), combinamos con Moki el Server desde el que repartiríamos picor a la escoria nazi. Convengamos que los alemanes tienen mejores uniformes, mejores armas, todas las piezas dentales y están atrincherados en hermosos y amenazantes búnkers… pero ellos no pueden sentir desde esos ranchos calefaccionados la adrenalina que provoca correr como desquiciado por la playa (y no persiguiendo señoritas en topless precisamente) mientras tus compañeros caen junto a ti, destrozados y salpicándote esas medallas que tanto costaron ganar, y más aún costarán limpiar…
Ambos elegimos el uniforme clásico de la infantería americana, ambos empuñamos valientemente nuestras metrallas, ambos apretamos los dientes; pero sólo Moki olía a caca… supongo que por el miedo que tenía de morir, pero más aún porque odia bañarse (les recuerdo que tiene un gato llamado Bigotín que le pegó esa asquerosa costumbre de evitar asearse) y luego de resbalar en la planchada de la barcaza de desembarco, fue a parar de trasero al agua helada que ayudó a disimular las manchas de orina y vómito que tenía en el pantalón. Porque, es bueno que lo sepan, Moki también odia el mar encrespado y el olor a sudor que generamos los hombres luego de horas y horas a bordo de esos ataúdes metálicos.

Kiping! Tatatá! Kipiiing! Tatatataaá!. Ok-ok, ya entendí, ¡me rindo!

Corrimos como Mikos que lleva el viento hasta parapetarnos en esos benditos engendros metálicos dispuestos por los nazis para evitar en desembarco de tanques en la costa. Las balas repicaban cerca. Todo era Kipings! a nuestro alrededor, y algún Tatatá! de Moki que quería salir fotografiado para la revista comportándose como un hombre.
Nuestros compañeros (unos 4 incautos que ya estaban dando batalla hacía rato) habían penetrado el perímetro de búnkers e intentaban desesperadamente colocar los explosivos en las piezas de artillería germana (y de volarlas, cumplir con la misión del nivel).
Pero los nazis no se destacan por su tontería y se ocultaban como ratikas en los alrededores, esperando a nuestros colegas. Eso sin contar con los snipers ocultos en los búnkers que se cargaban a los refuerzos que intentaban desembarcar en la fatídica playa.
¿Snipers? Si alguien sabe algo de snipers y de ratikas, ¡ese es mi fiel compañero!, que tomó su fusil de precisión, y luego de tipearme pidiéndome que lo cubra (cosa que hice a duras penas porque algún listillo adivinó la movida) se cargó al primero de los 5 nazis que jugaban en el bando contrario. Bueno… Moki me dijo que se lo cargó, porque yo no podía ver tan lejos, pero a juzgar por la forma en que llegamos a la entrada a las trincheras (un verdadero paseo por la playa) supongo que era verdad.

Poco espacio y mucha claustrofobia…

Una vez en las trincheras, optamos por dividirnos: yo entré por la puerta principal y Moki penetró por la entrada este.
Recargué mi Thompson, pateé la puerta (en realidad toqué una tecla, pero que lindo sería poder patearla), giré velozmente 180 grados y descargué una buena ráfaga contra la parte trasera de la puerta.
Escondido, como guano de pantano que era, un Fritz se desplomó a tierra como premolar en mal estado. Piuffff. Estuvo cerca. Pero a este nivel me lo conozco de memoria, como a las torpes tretas de Moki, jeje.
Seguí avanzado y escuché una explosión lejana, que procedía de la puerta este. Mi compañero, con más estilo que yo debo admitirlo, optó por lanzar unas hermosas frutas de fuego al interior del búnker antes de penetrar; pero no se cargó a nadie… (quito lo de más estilo entonces).
Subí por las escaleras y salvo por el molesto rumor de puertas abriéndose y chirriando sobre sus goznes, nada… los tiros provenían de la colina que domina Omaha Beach, y a juzgar por el número de jugadores, estarían todos allí colándose a balazos.
Había que apurarse. El nazi que acaba de limpiar y los dos que habían caído recientemente en aquella loma tardarían unos buenos segundos en recuperar sus posiciones.
Pateé otra puerta (sí-sí, ya sé) y el viento frío me azotó la cara. ¡Ya estaba cerca de las piezas de artillería!
Consulté a Moki su posición (lamentablemente, en el MOHAA es prácticamente imposible jugar con el Game Voice por el lag que este provoca) tipeando como coreano asustado. Estaba ya en las trincheras externas de la colina. Su travesía había sido menos peligrosa que la mía.
Grité “¡al ataque!” aunque nadie pudo oírme (con excepción de mi esposa que dormía, y no respondió a la orden con amabilidades precisamente) y me lancé en desenfrenada carrera por los pasillos externos buscando una escalera hacia el exterior.
Más balas. Más gritos.
Alguien colocó una bomba y el reloj comenzó a correr. Era en el cañón del lado este. Cerca de Moki.
Algo se cruzó en mi camino y le pegué un par de balazos. Balazos accidentales porque era un aliado.
Por suerte no descargué todo el cartucho de la Thompson porque me hubieran quickeado del juego si lo mandaba de vuelta a casa en una cajita de cedro con simpáticas manijitas plateadas…
Moki gritó (tipeó) por ayuda. Había logrado despejar el camino de un par de molestos alemanes y ahora el tiempo estaba de nuestro lado, como solía cantar Mick Jagger.
Tatatá! Ouch!, algún gracioso me emplomó la espalda pero no alcanzó su suerte como para acostarme.
Me parapeté en una esquina, hice rebotar una granada y a otra cosa mariposa. ¡Carne asada a la germana para todo el mundo!

Tic-Tac y no de menta precisamente…

Llegué en pésimo estado junto a Moki (que también estaba en pésimo estado pero porque así es él).
Recargué la ametralladora y nos quedamos en silencio esperando encontrar resistencia.
¡Ey! ¿¡qué era eso!?
Un maldito nazi, a hurtadillas, se había escabullido y estaba intentando llegar a la bomba para desactivarla.
Saltamos de nuestras posiciones y nos arrojamos sobre él. Yo me di el lujo de corretearlo con pistola, porque quería golpearle la nuca y humillarlo en su propio terreno. Mala idea.
No bastó con el primer golpe para noquearlo, y encima este muchacho estaba armado hasta los dientes.
Caí entorpeciendo la posición de Moki, pero retrasando al alemán cuya cabeza explotó como un globo ante la temible puntería de nuestro amigo Di Nardo.
En el suelo, desangrándome, miré a mi amigo y murmuré algo… Como no podía oírme, mi compañero de armas se agachó. “La b… la b…” Moki apretó la tecla B y nada. “La bomb… ton…to”
Sus ojos abierto de par en par se clavaron en el artefacto cuando este pronunció su último “Tac”. ¡Kaboooommmm!
El cuerpo de mi amigo salió despedido paralelamente al piso y su cuerpo se quebró con un ruido horrible (pero ho-rri-ble) contra las paredes de concreto que rodeaban al cañón. Bueno, o pasó más o menos así porque yo ya estaba muerto y eso me lo contó el nazi que había rostizado minutos atrás, y que vio toda la escena desde el cielo de los alemanes; que es como el nuestro pero con cervezas y salchichas para todos. He dicho.
¡Ah! y nunca lo olviden, mis queridos mariachotes: si se rompe, no es Irrompible.

 


Rodrigo “Rolo” Peláez
Junio 2002

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