Luego de probar Diablo IV (beta) el fin de semana, comienzo a temer por mi alma. En realidad, temo que una cantidad estúpida de horas de mi vida se disuelvan en un mar de loot y clicks. Aún es pronto para llegar a una conclusión: no es la versión final, casi no vimos historia y nada de end game. Pero, si bien algunas cosas me chocaron, el saldo es más que positivo.
A partir de esta beta, la perspectiva de Diablo IV —además de isométrica (cuac)— es buena. En términos de evolución, se nota casi al instante. Lo jugable se siente mejor, con un ritmo más cercano a la segunda parte, pero con una fluidez y feel muy mejorado. Un dato, que ilustra esto como nada, es que arranqué las tres clases disponibles —rogue, hechicero y bárbaro— jugando con teclado y mouse. Luego de unas horas, como “diablista de la primera hora” me incomoda admitir que me pasé a gamepad y nunca volví.
Antes que algún fundamentalista salga con picas y antorchas a buscarme, créanme que esto tiene que ver con el cambio jugable que mencioné más arriba. Desde los ataques básicos hasta las habilidades especiales, todo se siente más orgánico y armónico que nunca (en especial cuando hablamos del bárbaro y del rogue). En resumen, la jugabilidad es exquisita y la mejor de la serie. No los defraudará, cualquiera sea el método de control que elijan. El combate de esta saga siempre tuvo una “fuerza de gravedad” que ningún “aRPG diablolike” pudo igualar; con Diablo IV, superaron su propia vara.
Por supuesto, un tema central es el armado de nuestro personaje, también conocido como “buildeo” o “veamos que skill está más rota”. En esto, el cambio en el árbol de habilidades juega un papel fundamental, logrando una versatilidad y abanico de opciones como nunca tuvimos antes. Veremos si la versión final nos depara más sorpresas, pero el estado actual ya parece ser más que suficiente.
Ahora bien, hay un detalle que dividirá las aguas. Incluso, en lo personal, no tengo muy en claro como posicionarme y esperaré el lanzamiento definitivo para definirme. Ocurre que, lo que antes estaba reservado para los “hub sociales”, ahora se amplía para el resto del mundo. Sí, cuando salimos de las ciudades, seguimos “cooperando” —aun si no es nuestro deseo— con el resto de los jugadores del server.
¿Diablo IV se convirtió en un MMO? Tal parece, gente. No hay forma de desactivar esto, a no ser que entremos en un dungeon. El mundo, sus eventos y sus peleas públicas con jefes enormes es compartido con el resto de nuestros amigos “de prepo”.
Sin duda, está clarito que lo anterior es un cambio que se venía venir, casi obligado (pero no por ello dejarán de existir fans incómodos). Para más, en esta beta el diseño y construcción del mundo es genial, pero no se siente interesante de recorrer. Hay eventos públicos y muchas mazmorras menores, pero no está lo suficientemente “lleno” como para impulsarnos a explorar. Con lo cual, implementa una manera de jugar sin tener el contexto adecuado para que se sienta bien.
Pese a esto, el primer acto de Diablo IV (beta) alivia, en buena parte, las dudas más gruesas que podríamos tener sobre la entrega. Tiene la calidez del hogar, pero al mismo tiempo mucho de aquello que queríamos que evolucionara. Incluso, de aquello que no sabíamos que queríamos que evolucionara. Técnicamente, el avance se nota en todo aspecto, pese a que los servers complicaron un poco, con unos “rubber bandings” que por momentos desafiaban el continuo del tiempo. Nada preocupante: a riesgo de sonar repetitivo, no perder de vista que esta versión de Diablo IV es beta.
En conclusión, todo parece indicar que de nada servirá bañarse en agua bendita y, crucifijo en mano, gritar “¡vade retro, Satana!”: lo más probable es que seamos poseídos por este juego. Y estaremos contentos con ello. [i]

Gustavo Sobrero, alias El Cenizas, es Secretario de Redacción de [IRROMPIBLES] y fundador de la Iglesia Savathûnista. ¿Tienen dos minutos para que les hable de Savathûn, que es el Camino y la Salvación? Pueden seguirlo en Twitter (@ElCenizasWTF) y en Instagram (@el_cenizas).