La historia hasta ahora: el origen
Diablo está a la vuelta de la esquina. No, no hay un demonio esperando emboscarlos a unos metros de sus casas, ni estoy citando mal una canción de La Renga. Me refiero a que Diablo IV, probablemente el mejor de la saga, está a punto de ser lanzado de manera oficial. Esta nota es complemento de nuestra review en progreso, ya que la mitología que rodea a este juego es tan extensa que merece ser explorada por separado. Y, con tanto backlog a cuestas, no vamos a ponernos a jugar entregas previas, ¿verdad? ¿Están ansiosos por descubrir los fundamentos de esta saga, sin comerse spoilers? Sus deseos serán cumplidos; solo les pediré que, al final de la nota, firmen con unas gotitas de sangre.
Para comenzar, si bien la saga toma prestadas varias “figuras estelares” del cristianismo, sería un error suponer que es una traducción fiel. Por ello, para los recién llegados, para los que olvidaron o para los que nunca le dieron la más mínima bola a la narración, aquí va un pequeño resumen del “Génesis según Blizzard”.
En los albores del tiempo, solo existía un Dios llamado Anu. Y no, no era el patrón de los proctólogos. Sin embargo, quizá debido a una propensión a pensar en chistes obscenos relacionados con su nombre, Anu comenzó a tener pensamientos impuros. En su afán por mantener su integridad benigna, decidió expulsar estas ideas oscuras de su ser. Así fue como surgió Tathamet, dios malévolo que adoptó la forma de un dragón de siete cabezas. ¿Quién necesita un psiquiatra cuando podemos externalizar nuestro mambo en una entidad autónoma?
¿Por qué no podemos ser amigos?
Como era de esperarse, las cosas tomaron un rumbo desastroso: en un momento dado, los dos dioses entraron en conflicto y se aniquilaron mutuamente. Esta épica batalla liberó una cantidad colosal de energía, dando así origen al universo. A partir de los fragmentos de Anu se formó el reino de los Cielos y nacieron los arcángeles, muchos de los cuales conocemos durante los primeros juegos, siendo Tyrael el más destacado, popular y buena onda entre ellos. Sería algo así como “el Keanu Reeves de los arcángeles”.
Por otro lado, de los restos del dragón Tathamet surgió el reino del Infierno y sus demonios. De hecho, de tres de sus siete cabezas nacieron las criaturas más peligrosas de toda la mitología diablezca: Baal, el señor de la destrucción; Mephisto, el señor del odio; y, la estrella de la marquesina, Diablo, el señor del terror. También nacieron Andariel, Azmodan, Belial y Duriel, cuatro demonios menores, una suerte de empleados obsecuentes y “serrucha piso” del infierno.
El superclásico se juega en Santuario
Si bien ambas facciones coexistieron en relativa paz durante un tiempo, el nacimiento del primer conflicto tiene que ver con la aparición de la Piedra Ecuménica. Este artefacto posee un poder tan inmenso que puede alterar el tejido de la realidad, con el potencial de concebir mundos y vida. Podría, incluso, lograr que los discos de Arjona sean buenos.
En este momento entra en acción la figura central de Diablo IV, Lilith. La muy pícara seduce y deslumbra a un ángel llamado Inarius, al cual convence para robar la Piedra Ecuménica, con el objetivo de originar un nuevo mundo y jugar “a la casita”. Así, se forma una nueva facción disidente, compuesta por ángeles y demonios, quienes deciden abandonar la guerra. Para escapar del conflicto, crean una nueva dimensión llamada “Santuario”, un mundo paralelo que sirve como escenario para toda la saga.
Sin tele y sin yerba
Efectivamente —como indica el subtítulo— ángeles y demonios, sin mucho que hacer en un mundo nuevo, se pusieron a “darle a la matraca”. Así es como engendraron descendencia, unos seres híbridos llamados Nephalem. Sin embargo, pronto se dieron cuenta de que su descendencia era mucho más poderosa que ellos. De esta manera, toman la decisión de exterminar a todos los híbridos, en contra de los deseos de Lilith, que planeaba utilizarlos para alterar el destino de la guerra entre Cielo e Infierno.
Sin dudarlo, nuestra “demon-mami” decide traicionar y destruir tanto ángeles como demonios de Santuario. Pero es entonces cuando Inarius, sacudiendo el sopor del amor, logra vislumbrar los planes de su amada. Así, con el poder que le da la Piedra Ecuménica (y el despecho), exilia a Lilith en otra dimensión. Al mismo tiempo, si bien perdona la vida de los Nephalem, reduce sus poderes, transformándolos en simples humanos. Claro que algunos vestigios de aquella energía mística quedan remanentes, es por ello que podemos emplear la magia en Santuario.
“¡Hola! ¿Es el teléfono de Mephisto? Ah, ¿me podría pasar con él o tengo que sacrificar otra cabra?”
Con el paso del tiempo —y de tanto trastear con poderes ocultos—, los humanos terminan contactando con el Infierno. Los demonios que no habían desertado, en especial los tres capos di tutti i capi, descubren la existencia de Santuario y el potencial dormido de los Nephalem. No tardan en adoptar el plan original trazado por Lilith y, mediante engaños y tentaciones, seducen a la humanidad para utilizarla en su guerra contra los Cielos.
A su vez, los ángeles que se mantuvieron fieles al reino de los Cielos se percatan de estas “movidas diabólicas”. ¿El resultado? El eterno conflicto Cielo – Infierno se traslada a Santuario, originando una nueva guerra que lleva a todos al borde de la extinción. Con lo cual, cansados ya de pegarse espadazos y revolearse magia, se firma un pacto de no agresión entre ángeles, demonios y humanos. A partir de ese momento, se honraría el nombre de “Santuario”: ningún acto bélico ni plan maquiavélico se llevará a cabo en este mundo protegido.
Claro que, los cuatro demonios menores, vieron este acto como una cobardía y decidieron rebelarse. Como resultado, Diablo, Baal y Mephisto fueron expulsados del reino del Infierno y desterrados a Santuario, perdiendo su forma física en el proceso. A partir de este momento, cada entrega de Diablo —con excepciones, como la expansión Reaper of Souls—, trata del intento de estas entidades de recuperar su forma original. Incluso, hubo oportunidades donde se conformaban con una posesión, o con compartir los tres el mismo “monoambiente de carne”.
Para ir cerrando, prefiero no extenderme demasiado en detalles, ya que en última instancia no serían relevantes para disfrutar de Diablo IV. Sin embargo, hay un elemento importante que vale la pena mencionar y que guarda relación con el párrafo anterior: las Piedras del Alma. Aunque su nombre podría evocar una canción de Serú Girán, en realidad no guardan ninguna relación con ello.
Por el contrario, las Piedras del Alma son una creación del Arcángel Tyrael, desempeñando un papel crucial y recurrente en la historia. Esto es porque, cada una de ellas, tiene la facultad de encerrar en su interior entidades incorpóreas. Como podrán imaginar, no es para encerrar las almas de los Bee Gees (aunque no es una mala idea). Su concepción está relacionada con la necesidad de limitar a los tres Males Primordiales: Baal, Mephisto y Diablo. Por supuesto, estos simpáticos trillizos siempre encuentran un vacío legal y terminan zafando, porque ¿de otra manera no hubiéramos tenido ya tres entregas, verdad?
Claro que en Diablo IV vuelve Lilith, “Madre” de la humanidad y, de paso, todos los males (Freud estaría contento). Y, sin spoilear ni un poco, les anticipo que es el mejor personaje antagónico de toda la saga. Está escrito de una manera brillante, tal como su interpretación, en la voz de la talentosa Caroline Faber. Hasta aquí, una síntesis de los personajes y conceptos que les pueden ayudar a comprender mejor lo que sucede en Santuario, sin meterme en la historia de Diablo IV. Ahora sí, lo que les pedí al inicio del texto: firma, aclaración y DNI con sangre, en la línea de puntos: ………………………………….. [i]
Gustavo Sobrero, alias El Cenizas, es Secretario de Redacción de [IRROMPIBLES] y fundador de la Iglesia Savathûnista. ¿Tienen dos minutos para que les hable de Savathûn, que es el Camino y la Salvación? Pueden seguirlo en Twitter (@ElCenizasWTF) y en Instagram (@el_cenizas).
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