El 30 de abril desembarca en Steam Moroi, el debut de Violet Saint, un estudio encabezado por el artista rumano Alexandru Stănescu. Publica Good Shepherd Entertainment, los mismos detrás de Dicefolk y Monster Train, y esta vez decidieron soltar a las bestias. Literalmente.
Moroi es una aventura hack-and-slash cargada de surrealismo, folklore tétrico y metal al palo. El escenario es el Motor Cósmico, un lugar que suena como un EP progresivo, pero se siente como una prisión de carne y engranajes podridos donde todo se mueve, late y quiere que te vayas. Pero no podemos.
No tenemos nombre, ni memoria, ni paz. Solo armas absurdas, como los dientes de un pato sensible (no estamos inventando esto), y una luna que lanza proyectiles como si fuera fanática del armamento astronómico. El combate es rápido, grotesco y completamente absurdo.
Pero no todo es matar con estilo. Los puzzles en Moroi no son de empujar cajitas ni girar válvulas. Acá tenemos que beber sangre para abrir puertas, hacer que algo vomite para liberar un camino o escarbar en las entrañas de un alma condenada para seguir avanzando. Cada paso es un precio, cada decisión es una cicatriz.
Y no estamos solos. Hay NPCs. Pero no de esos que venden pociones o saludan con frases genéricas. No. En Moroi nos cruzamos con personajes rotos, excéntricos y condenados, que mezclan humor oscuro con tristeza existencial. Hay múltiples finales, todos probablemente igual de terribles, y el juego no tiene problema en recordarnos que escapar no significa redención. A veces, el final es peor que el camino.
Una obra extraña, personal y deforme (en el mejor sentido)
Moroi nació como un proyecto personal de Stănescu, y se nota en cada textura orgánica, cada diálogo incómodo y cada decisión que grita: “acá no hubo focus group”. Es un juego chico, pero con identidad. Feo, sucio y retorcido. Quiere incomodar, hacernos reír con culpa y empujarnos al colapso mental… ¿Stănescu será en realidad argentino?