Yoyo maldito y la deuda eterna
Todo empieza con un yoyo poseído y una tía tan poderosa que, si tose, corta la luz en media ciudad. Pipit, un adolescente murciélago campeón de torneos escolares de yoyo (no estoy borracho, no), se convierte en héroe de una distopía retro con sabor a cartucho de Game Boy Advance. ¿El motivo? Su yoyo absorbió el alma —o al menos un 20%— de su tía, Pepper Pipistrello, CEO de una megacorporación energética y líder moral de esta comedia negra vestida de metroidvania. O de Zelda-like. O de los dos. No importa: acá se juega con el corazón… y con un yoyo que viene con intereses y letra chica.
El mundo de Pipistrello and the Cursed Yoyo es una colorida distopía, donde cuatro empresarios sin alma —literalmente— están exprimiendo a la ciudad. Mientras, Madame Pipistrello agoniza adentro de nuestro yoyo, dando consejos como si fuese un maestro Jedi con título de MBA. Pipit, nuestro orejudo héroe, se lanza a la reconquista de las megabaterías que almacenan los pedazos del alma de su tía.
Con yoyo y a lo loco
La jugabilidad de Pipistrello es una montaña rusa. El yoyo no es solo un arma: es un pase VIP a una coreografía de rebotes, parrys, wall jumps, y combos que darían envidia a Simon Belmont. Cada nuevo truco que aprendemos —desde caminar sobre agua hasta hacer rebotar el yoyo como una pelota de squash poseída— abre caminos, secretos y puzzles. La estructura se ubica cómodamente entre lo metroidvanioso y lo zeldesco, con mapas semiabiertos, dungeons con temáticas propias, habilidades contextuales y esa alegría inexplicable de desbloquear una puerta que vimos hace seis horas, pero que parecía inalcanzable. Y claro, siempre podemos olvidarnos que ya sabemos volar, porque así de denso es el árbol de habilidades.
El infierno está hipotecado
El sistema de progreso es un delirio bancario con forma de RPG. No compramos mejoras directamente: las sacamos “a crédito”. Literal. Firmamos un contrato, desbloqueamos una habilidad nueva y, desde ese momento, la mitad de toda la plata que juntamos se va a pagar la deuda. Hasta ahí, todo bien. El tema es que mientras dure el préstamo, el juego nos castiga con un debuff: menos vida, menos fuerza, menos slots para habilidades. Lo que sea. Es como subir de nivel con una mochila de ladrillos hasta que terminamos de pagar. Y si no les gusta, pueden cancelar el contrato… a cambio de una penalidad, claro. Porque el capitalismo también juega en modo difícil.
Sumemos a esto un sistema de pins y ataques personalizados, y tenemos un buffet de posibilidades donde todo cuesta algo. ¿Quieren más daño? Pierdan defensa. ¿Quieren ver los HP de los enemigos? Sacrifiquen fuego. Pipistrello no tiene builds rotas: tiene negociaciones más o menos convenientes.
Retro y bello
Visualmente, Pipistrello es un homenaje sin filtro al pixel art de los 90. No del estilo pixel art, sino del auténtico: de cuando las consolas portátiles daban 15 FPS si tenías pilas baratas. Todo parece sacado de un cartucho de GBA: paletas lavadas, animaciones simples pero efectivas, y una interfaz que acaricia la nostalgia con guantes de seda. El soundtrack hace lo suyo, y no es sorpresa: Yoko Shimomura —sí, la de Street Fighter II y Kingdom Hearts— pone algunas de las notas más brillantes del juego. Lo que arranca como chiptune se transforma en un viaje musical que mezcla drama, sátira y euforia.
El yoyo gira, pero no siempre muerde
A pesar de sus múltiples aciertos, Pipistrello no se salva de unos tropezones. Los enemigos comunes no son muy inspirados, no tienen el carisma que uno esperaría para estar a tono con el resto de la propuesta. Son funcionales, sí, pero no quedan grabados en la memoria. Los jefes, en cambio, levantan la apuesta: cada uno propone mecánicas nuevas y picos de dificultad que realmente invitan a pensar.
También hay cierta curva de dificultad engañosa. El inicio es brutal. Arrancar con tres corazones y la amenaza constante de la deuda puede resultar más estresante que renovar el alquiler en enero. Pero pasadas las primeras dos horas, el juego fluye. Y lo hace con el ritmo de un yoyo lanzado con bronca y precisión quirúrgica.
Al yoyo no se le discute
Pipistrello and the Cursed Yoyo no es una revolución del género. Pero ¿saben qué? Tampoco lo necesita. Es una carta de amor a los juegos portátiles, una sátira con aroma a guiso recalentado, y una aventura que se ríe tanto de sí misma como del mundo que parodia. Tiene jefes memorables, puzzles que nos hacen sentir inteligentes sin humillarnos (demasiado), y un sistema de combate que premia la creatividad. Nos quedamos con ganas de más sidequests, menos contratos financieros, y tal vez algún enemigo con cara de querer estar ahí. Pero cuando todo gira, gira y vuelve con sentido. [i]
DESARROLLADO POR: Pocket Trap
DISTRIBUIDO POR: PM Studios
GÉNERO: Acción/Aventura/Metroidvania
DISPONIBLE EN: PC, PS5, Xbox Series X|S, PS4, Xbox One, Nintendo Switch
QUÉ ONDA: Un yoyo endemoniado contra el capitalismo salvaje.
LO BUENO: Diseño de niveles brillante. Sistema de upgrades delirante. Crítica social entre líneas. Estética retro sin cinismo.
LO MALO: Enemigos olvidables. Inicio muy áspero. Sidequests casi decorativas.
Este análisis de Pipistrello and the Cursed Yoyo fue realizado a través de un código de PC provisto por sus desarrolladores.
- CALIFICACIÓN85%