Reviews

Tamagotchi Plaza [REVIEW]

Sobredosis de minijuegos

Los Tamagotchis nos enseñaron dos cosas en los 90: que incluso los bichos digitales pueden tener más demandas afectivas que una tía intensa. Pero lo que nadie nos advirtió es que, décadas después, íbamos a estar horneando crêpes con forma de anteojos para ayudar a una ciudad a ganar una especie de Mundial del amor kawaii. Así es: bienvenidos a Tamagotchi Plaza, un juego que nunca hubiéramos pensado que era necesario.

Acá no venimos a criar bichitos llorones. Ahora nos reclutan como managers municipales con licencia para hacer minijuegos. Todo transcurre en Tamahiko Town, un pueblito tan empalagoso que haría vomitar arcoíris a Hello Kitty. Nuestra misión: convertirlo en sede del Tamagotchi Fest, un evento que aparentemente define el destino del reino… o al menos de su comité de turismo.

¿Y cómo lo logramos? Muy simple: trabajando gratis en docenas de comercios que no pagan ni obra social, pero sí ofrecen la adrenalina de pelar dientes podridos, mezclar smoothies fluorescentes y vencer en rap battles a criaturas con forma de pan lactal con ojos. Los minijuegos arrancan como caramelos nuevos: coloridos, dulces, medio adictivos. Pero cuando el azúcar baja, nos damos cuenta de que estamos haciendo lo mismo una y otra vez. No hay progresión real, no hay tutoriales que expliquen los absurdos y el loop de gameplay no llega a ningún lado. Una vez que dominamos el sistema de cada tienda, ya está: lo único que queda es repetir hasta el hartazgo. ¿Variedad? Sí. ¿Evolución? Ni a palos.

La fiebre del Gotchi

La progresión está atada a juntar Gotchi, la moneda del juego. Cada local se puede mejorar tras satisfacer al príncipe de turno, una figura que aparece cada tanto como si fuera el gerente regional. Una vez que ganamos su bendición, habilitamos nuevos niveles de complejidad… que no son mucho más complejos, pero al menos traen más luces y ruiditos. 

El problema es que el juego jamás nos castiga en serio. Si fallamos, igual cobramos. Si hacemos un desastre culinario que envenenaría a media ciudad, nos pagan con una sonrisa. A este ritmo, hasta podríamos asumir cargos políticos. La falta de tensión le saca el alma a la experiencia: no hay fracaso, solo mediocridad premiada con monedas.

Así, la economía del juego se convierte en un chiste sin remate. Cada parque puede mejorarse, sí, pero las diferencias visuales entre cada nivel son tan sutiles que casi hay sacar lupa para notar el cambio. Invertimos horas, juntamos Gotchi, mejoramos… y descubrimos que todo sigue prácticamente igual. Eso sí, no podemos negar que el apartado visual está cargado de color, a veces demsiado. Cada Tamagotchi tiene su propia carita, sus ruiditos, sus mini cutscenes, y la interfaz es limpia sin ser vacía.

El arte tiene encanto, es innegable. Pero llega un momento en que el empalague cansa. No porque esté mal hecho, sino porque no hay oxígeno. Es como vivir dentro de una caja de lápices de colores derretidos. El audio acompaña sin destacar. Mucho beep, mucho boop, y algunas musiquitas que parecen salidas de un comercial japonés de chicles mágicos. Nos hacen sonreír las primeras veces. A la décima repetición, estamos buscando cómo mutear todo sin apagar la consola.

En cuanto al rendimiento, al menos en Switch 2 no tuvimos sobresaltos. Todo fluye. El input es correcto. Los controles responden, aunque la falta de pantalla táctil es un crimen en este contexto. Pulir dientes con el stick analógico es como cortar sushi con una cuchara: se puede, pero es innecesariamente engorroso. 

Lindo y dulce, pero sin sustancia

Tamagotchi Plaza tiene esa magia efímera de las cosas pensadas para enganchar en la primera hora. Una estética redonda, animaciones simpáticas, loop simple. Pero cuando rascamos la superficie, descubrimos que debajo no hay historia, ni desarrollo, ni una buena razón para seguir. Ni siquiera los más de cien Tamagotchis coleccionables aportan algo más allá de una foto. Es una colección que se siente más como álbum de stickers.

El mayor pecado del juego no es aburrir, es que no sabe sostener su propuesta. No hay mucho contenido, ni desafío, ni momentos memorables más allá del primer shock visual. Es un juego cómodo, nostálgico y no mucho más. Tamagotchi Plaza no es un desastre. Es funcional, simpático, con chispazos de creatividad. Pero también es repetitivo, plano y poco ambicioso. Si tienen crías humanas cerca, puede ser una linda puerta de entrada a los life sims. Si buscan una experiencia compleja, o simplemente algo que no se desinfle a la tercera tarde… mejor miren para otro lado. Esta Plaza es bonita, pero los juegos aburren rápido.


DESARROLLADO Y DISTRIBUIDO POR: Bandai Namco
GÉNERO: Simulación / Simulador de vida
DISPONIBLE EN: Nintendo Switch, Nintendo Switch 2

QUÉ ONDA: Un estallido de azúcar con la profundidad de una cucharadita.
LO BUENO: Diseño adorable. Algunos minijuegos son adictivos. Carisma visual.
LO MALO: Repetitivo hasta el cansancio. Cero tutoriales. Progresión sin alma.

Este análisis de Tamagotchi Plaza fue realizado a través de un código de Nintendo Switch provisto por sus desarrolladores.

  • CALIFICACIÓN67%
67%

Escribe un comentario