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Los videojuegos no nacen de huevo

Y de repente me cansé y quiero mandar todo a la coña. OK, coña no existe, acabo de inventarlo. Pero ya me entienden. Estaba en un bar y uno me discutía que los “jueguitos” son una cosa de chicos y que si estoy tan gordo, viejo y peludo, tengo derecho a dedicarme a los “jueguitos” pero sólo a riesgo de parecer un infradotado. O, para atenuar la cosa, un inmaduro, un tipo que nunca dejó de jugar y que todavía se ríe de andar dando saltitos y pisando tortugas.

Me advierte que no me preocupa el futuro. Le cuento que doy clases de historia y de diseño de videojuegos, además de tener un sitio sobre videojuegos (motivo por el que había comenzado la discusión), y abre los ojos como platos. “¿Se estudia para eso?”, se sorprende, más que pregunta. Y le digo, pacientemente: claro que se estudia, y la ventaja además es que te relacionas con gente que le gusta lo mismo, y entonces juntos pueden crear proyectos propios, hacer un videojuego y vivir para contarlo.

No lo puede creer. El tipo programa interfaces para una empresa que hace… no sé qué hace. Algo relacionado con la minería, o la extracción de petróleo. Le explico que los videojuegos reúnen una cantidad de actividades: está el que piensa las reglas de juego, el que las programa, el que hace el arte, el que modela en 3D, el que pone el sonido y la música, el que se dedica al marketing, etc. Abre los ojos todavía más. Los juegos no salen de un huevo, bro.

Le digo, ya más inspirado, que el mismo término “jueguito” es subestimador y cretino. Y le cuento que uno de los mentados jueguitos –Call of Duty: Modern Warfare 2– está en el Guinnes por haber levantado nada menos que 401 millones de dólares el primer día que estuvo a la venta. Que el aparentemente ingenuo y tierno FarmVille de su amado Facebook  obtiene ingresos de 15 millones de dólares por mes. Que un juego de celular se vende 50 veces por minuto.

Sí, señor, se puede vivir de hacer videojuegos. Hay que saber cómo, pero es perfectamente posible. La industria de los videojuegos sigue siendo cada año la de mayor crecimiento y una de las más redituables. Un gran videojuego, de los llamados “AAA”, cuesta hoy un promedio de 28 millones de dólares, lo cual es mucho menos que cualquier nueva película; y las ganancias son mejores en la mayoría de los casos. Pero no hay que pensar siempre en un triple A, que son materia casi exclusiva de los grandes estudios como Electronic Arts y Activision. Un juego hecho en Flash o Unity 3D por un par de locos también puede generar miles, incluso millones, de dólares.

Diablos, los gobiernos de México y Argentina hasta ofrecen recursos para apuntalar a las empresas y emprendedores que se dedican a desarrollar videojuegos.

¿De dónde coña viene este eterno afán por subestimar la industria? Creo que viene desde dos lugares históricos. El primero, de aquellos años en que las máquinas de arcades estaban sólo en bares estadounidenses de dudosa reputación, asociados con la mafia; el otro de los altos niveles de piratería que registra toda Latinoamérica. Si te lo puedes robar, entonces no vale, ¿verdad? No cuenta el trabajo infernal de los artistas y técnicos que trabajan en la industria. Y, además, los juegos son cosa de niños. Lo dice el mismo tipo que tengo enfrente, sorbiendo un café; el mismo tipo que adora el ajedrez y no se pierde una buena partida de póker.

Bah.

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