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FePI Mendoza 2010: Diario de viaje (parte 1)

El mundo, como un lago negro, parece no existir allá abajo, a nueve kilómetros de distancia. Constelaciones de puntitos amarillos trazan figuras caprichosas. Unas más grandes, otras muy lejanas. La humanidad brota en la superficie y queda muy claro que es una especie de hongo terrible que alguien, algún día, va a eliminar.

Siempre que vuelo en la noche, me da por pensar en cosas trascendentales. No sé si a los demás les pasará igual. Tal vez sea que no viajo seguido, entonces todavía me asombran las estrellas o la luna cuando enciende las nubes. Porque, al final, en la Buenos Aires sarmentosa no hay estrellas. Lo que hay es un cada vez menos. Menos de eso tan lindo que se vive en las ciudades del país: serenidad, amabilidad, atención a la vida por la vida misma. Uno se puede quedar tranquilo mirando un árbol y, por alguna mágica circunstancia, no llega tarde a ningún lado. Los relojes en Mendoza funcionan distinto.

Mendoza.

–¿Usted es… Nallar?

El tipo sostiene una hoja con mi nombre garabateado con marcador azul. Es la mañana del martes 21 de septiembre, día de la primavera y del estudiante. El sol baña la tierra y rebota en los cristales. ¿Qué habrá sido de esa pibita que tanto amé?

Le digo que sí, que yo soy ese, y como veo que en la hoja hay otro nombre, “ABD” y algo más, me voy al toilet a marcar territorio por primera vez luego de treinta años de ausencia.

Cuando reaparezco, el remisero está acompañado por otro pasajero. Me acerco, nos presentamos.

–ABD decía, pero es Abad. Me llamo Mariano Abad.

–Un gusto, che. ¿Venís al FePI?

Me dice que sí, que para allá vamos los dos. El tipo del remis sigue mostrando su hoja mágica hacia el sector de arribos de El Plumerillo. Le pregunto, pero ya me sé la respuesta.

–Pero es que Nallar y Durgan es lo mismo, soy yo –aclaro, como para terminar la confusión y, de pasada, la espera.

Desde al auto, Mariano pregunta si la cima blanca y celeste que se ve entre los picos de la precordillera es el Aconcagua. A los lados del camino, la tierra es seca, apenas hay algo de verde naciendo a salpicones cerca de las acequias.

Mariano quiere saber de qué agencia soy. Le digo que no pertenezco a ninguna, que lo mío es la industria del videojuego. Que estoy invitado por Omar Di Nardo. 

–Ah, sí, yo conozco a… Es un gran tipo, está Sebastián y el otro, cómo se llama.

–Rolo. 

El remisero es porteño. Hace 25 años se fue de Buenos Aires, se casó con una mendocina que le dio hijos. 

–No te hacés millonario, vivís con lo justo, pero tranquilo. Si tenés ganas de juntarte con tus amigos un martes y hacer un asadito, lo hacés y no se te viene el mundo abajo. Vas a pescar, qué sé yo. Los pibes crecen al aire libre. Por eso estoy aquí.

Nos despedimos a las puertas del hotel. El Portal Suites, frente a la plaza Chile. El conserje nos da una habitación matrimonial. 

–Con camas separadas –advierte. Naturalmente, nos sorprendemos. La pucha, si nos acabábamos de conocer en el aeropuerto. Lo miro a Mariano, que parece tan consternado como yo. 

–Vos tenés el pelo largo –trato de consolarlo.

El conserje revuelve papeles y habla con otro. 

–Usted tiene la habitación 24 y usted, señor Abad, la 25 –anuncia, notando seguramente las caras de alivio.

–Negro, lo nuestro no pudo ser.

 

[Continuará…]

 

 

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