Coberturas

[E3 2015] Un miko suelto en la E3

 

Un viaje con una previa escatológica

Además de mi sabido terror a los aviones, suelo tener viajes un poco accidentados.

Hace un par de meses arranqué una dieta en mi lucha contra el colesterol, con plan nutricional y viandas. Sin saberlo durante ese tiempo envenené mi organismo con la única sustancia en el mundo que mi cuerpo no tolera, el morrón. Esa verdura colorada es mi kriptonita, y cada vez que la consumo mi aparato digestivo se disloca como el codo de un tenista sin entrenamiento. Cuando esto ocurre la peor parte se la lleva eso que uno apoya en el asiento del avión durante horas. En mi afán por autocensurarme voy a evitar los detalles gráficos y siéntanse libres de llenar los espacios libres para completar la historia.

Dos semanas antes de subir al avión se me inflamó el _______ y probé de todo. Pomadas, castaña de la India, hielo y baños de malva. Esos remedios de “vieja currandera” de nada sirvieron y tuve que recurrir a ese médico que para el hombre es casi una mala palabra. No podía soportar la idea de un viaje tan largo en ese estado, así que apreté los dientes y fui. Me atendió un tipo joven, que trató de contenerme y de hacer mi estadía lo más agradable posible. Me dijo que si quería llegar en condiciones al viaje tenía que hacer algo y su explicación del procedimiento era pornografía sadomasoquista. Era eso o soportar una tortura peor que la de un prisionero del vietcong al que le clavan bambú entre las uñas. Accedí y comprendí con horror por qué todos detestan a esos médicos. Este pibe era el viaje a las estrellas del dolor y me llevó a donde ningún hombre había llegado, en velocidad Warp. Pero hay que reconocer algo, cuatro días de reposo y estaba impecable. Cuando hablo de estos viajes y todos me dicen “cómo me gustaría ser vos”, yo pienso “Ufff no sabés lo que te perdés, jejeje”.

El avióooon, el avióoon, gritaba Tatoo en la Isla de la Fantasía

Viajé con Augusto Finocchiaro Preci y Guillermo Tomoyose por Copa en dos vuelos de 7 horas que hacían una escala en Panamá. Pese a ser aviones chicos y tener dos hileras de asientos de tres, viajamos muy bien. La comida buena, los aviones nuevos y cada asiento con su sistema de entretenimiento y usb para cargar dispositivos móviles (es increíble como un detalle tan ínfimo como éste puede hacerlo a uno tan feliz). Estaba cansado y me entregué al vino de avión con la esperanza de poder dormir pero una vez más no pegué un ojo y llegué al aeropuerto de Los Angeles con aspecto desvencijado y la mirada de fumón. Augusto “pichuleó” (es como un regateo pero un poco más descarado) con el conductor de una Van que aceptó llevarnos al hotel por una cifra aceptable y minutos después, estábamos a bordo de la camioneta más sucia que puedan imaginar. Los asientos tenían olor a culo y una capa de mugre y papeles cubría la alfombra del piso que hacía imposible adivinar su color. Media hora más tarde, nos dejaba en la puerta del Westin Bonaventure, un hotel que puede reconocerse fácilmente en las calles de Grand Theft Auto V.

Nos registramos, nos acreditamos para la conferencia de Playstation y nos encontramos con Fernando Carolei, Federico Ini y Santiago Do Rego. Estaba cansado pero feliz, el baile de la E3 estaba por comenzar.

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