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Cuestión de puntuación


Es todo cuestión de puntuación al final de cuentas. Saber el cuándo, el cómo y el por qué de cada signo empleado, que la vida es una hoja en blanco y nuestras acciones son la tinta con la que escribimos nuestra historia. (Uy, que cursis que empezamos)

Es todo cuestión de puntuación, que entre un “Me amará?” y un “Me amará!” hay un mundo, dos botellas de tequila y un amigo que te hace barra de distancia.

Es todo cuestión de puntuación, porque a veces las relaciones necesitan una pausa y hay que saber diferenciar cuándo requieren una coma, puntos suspensivos o puntos finales y aparte.

Es todo cuestión de puntuación, que en la vida hay que trabajar, trabajar, trabajar pero sin olvidar que las comas son pausas. Es todo cuestión de saber respirar entre frase y frase. Entre acción y acción. Entre punto y punto, que si no, queda sobrecargado y a nadie le gusta eso.

Es todo cuestión de puntuación, que todo se empieza siempre con mayúsculas pero la acción de la oración  tiene que ser lo suficientemente buena como para no perderse entre adjetivos innecesarios o demases artimañas diseñadas para perderlo a uno en la más terrible nada, cual minitah coqueta que al final no entrega nada y vos te quedaste sin un peso para volver a casa.  Sí, exactamente así.

Es todo cuestión de puntuación: darle puntos suspensivos a la tercera botella de vodka, punto y coma a los cigarrillos y un punto y aparte-en-lo-posible-final a ese insufrible que te habla hace dos horas de la ex y te está rebajando el sex appeal.

 

Es todo cuestión de puntuación en la vida, y claro, existen reglas, pero la mejor manera de puntuar bien las cosas, es ir así, escribiendo. Hasta el punto final.

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